Vuelvo a Birmania, que quedó ya muy atrás, después de mis excursos anteriores...
Olvidé dar un consejo, no por extraño menos importante, en mi segunda entrega, que lo era de instrucciones.
Paese che vai, gente che trovi, dicen en Italia, y añado yo que no hay nación en la que no existan costumbres, a los ojos del viajero, extravagantes.
En España, por ejemplo, los indígenas hablan a gritos, tutean a todo el mundo, se pasan la vida en los bares, suscriben hipotecas, se drogan con el fútbol, discuten de política, descargan la culpa de sus problemas a quienes no la tienen y se van a dormir a las tantas. Lo último, debido a las toxinas que el insomnio genera, pues nada es tan insalubre para el humor como la nocturnidad y la falta de sueño, los conduce al virtuosismo, que nadie les discute, en lo que a todas luces constituye el deporte nacional: la mala leche. ¡Lástima que todavía no sea deporte olímpico, porque nos alzaríamos con las tres medallas! Propóngalo el ministro Wert a quienes tengan plato puesto con tropezones de triunfalismo en esa cena de los idiotas. Lo mismo -Dios no lo quiera- bendecían así la candidatura de Madrid para los Juegos de 2020 quienes tienen la potestad de hacerlo. De perdidos al río. Para ser pobres, mejor nadar en la miseria. No existe camino más directo hacia ella que la organización de una olimpiada. Contrapartida: los españoles serán cada vez más longevos porque no tendrán donde caerse muertos.
Olvidémonos de Caconia. A lo que iba...
Si van a Birmania, país que no tardará mucho en sobrepasar nuestra renta per cápita, lleven dólares tersos, limpios, impolutos, recién planchados, a ser posible con almidón y perfumados con Chanel número 5. No hablo en broma. Los birmanos, que en eso son muy suyos, no se los cambiarán si tienen pliegues, esquinas dobladas, anotaciones, manchas o la más ligera imperfección. Basta, para que los rechacen, con que estén un poco manoseados. El viajero que los lleve así -yo me libré de milagro- las pasará canutas e igual tiene que volver a casa con el rabo, la ilusión y la mochila entre las piernas. O si encuentra, por fin, busca que te busca, algún alma caritativa dispuesta a sacarlo de apuros, perderá en la transacción alrededor de un treinta por ciento.
No tengo ganas de escribir más. Ando un poco depre. Dentro de diez horas agarro el avión de la Thai que me depositará en el país de la mala leche. Voy a tomarme una copa. O dos. O tres. Las necesito para olvidar lo que me espera. Creo que, para colmo, en Barbaria hace un tiempo de perros de esquimal. ¡Y yo con una camiseta, pantalones ligeros de algodón y sandalias sin calcetines! ¿Qué delito cometí naciendo donde lo hice?
¡Atchíiis!
Tercer artículo de la serie Burmese days (I y II) de Fernando Sánchez Dragó en El mundo.
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