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Burmese days (2): Instrucciones

miércoles, 30 de enero de 2013


Voy a ser práctico.

Si quiere usted ir a Birmania, tenga en cuenta lo siguiente...

1. Se necesita visado. No lo pida en España, porque es un lío. Le ofrecerán dos opciones: enviar el pasaporte, por su cuenta, a la embajada de ese país en Berlín -eso le tendrá durante quince días, como poco, con el corazón en un puño, aunque al final funcione- o inscribirse en el aprisco de un viaje organizado con todas las gabelas y secuelas que eso comporta. Allá usted, pero no se lo aconsejo. Le saldrá carísimo, verá muy pocas cosas y las pasará de a kilo. ¡Venga, hombre de Dios, sea valiente, saque un billete de la Thai para Bangkok, hospédese en el Federal, agarre de buena mañana el Sky Train en la estación de Sukhumvit o en la de Nana, apéese en la de Surasak, que está muy cerca y no requiere trasbordo, salga por la salida tres, vaya hacia la derecha, doble hacia la izquierda en la segunda bocacalle, después del Bangkok Christian College, pase de largo ante la embajada del país al que va a viajar, ahórrese la no menos larga cola a pleno sol que comienza en una puertecilla lateral, siga derecho al hilo de un par de manzanas, verá en la esquina de un callejón, en alto y a la derecha, el cartel que anuncia un tenducho de comistrajos, fotocopias y cosas así, entre en él, rellene un formulario, entregue el pasaporte y un par de fotos de carnet, pague las tasas del visado y el plus, razonable, que le pedirán por la gestión, váyase, vuelva al día siguiente, ahórrese otra vez la cola de la recogida oficial de documentos y recupere su pasaporte, ya con el visado puesto, en el lugar donde lo dejó. Pasmoso. En Tailandia todo es fácil. El truco le saldrá por veinte, treinta o cuarenta dólares (tasas aparte) según la prisa que le corra. De nada, amigo. Es usted un hombre de suerte. Páselo bien en Birmania.

2. Llegará a Rangún, a la que ahora llaman Yangoon. Es lo habitual, aunque también hay aviones que salen de Chiangmai y aterrizan en Mandalay. No los aconsejo. Quien llegue así, así tendrá que salir. Una vez en el aeropuerto de la capital del país -mínimo, pulcro y bien organizado- todo serán facilidades. Si aquello es una dictadura militar, que no lo es, ¡viva el ejército! En cosa de diez minutos, tras muy escaso papeleo, llegará usted a la aduana. No le abrirán, excepciones aparte, las maletas. Cambie dinero allí: todo el que vaya a necesitar, pues luego le resultará difícil hacerlo. Olvídese del mercado negro -ya no conviene- y, sobre todo, no se le ocurra entrar en tratos con los golfos que se le acercarán por las calles del centro de Rangún. Son muy hábiles. Por muchas veces que cuente el dinero, descubrirá, cuando llegue al hotel, que le han timado. No se crea más listo que ellos. Quíteselos de encima sin contemplaciones.

3. Coja un taxi en el aeropuerto, sin intermediarios que se empeñen en llevarle las maletas (hay carritos), y pague entre siete y diez dólares por ir al hotel. Ni uno más.

4. Birmania ya no es un país barato, aunque la comida lo siga siendo. Donde los turistas hacen acto de presencia, ya se sabe: cunden los pícaros, la estructura económica del país se va al diablo, la aculturación lo invade todo y los precios suben en perpendicular ascendente. Los hoteles de Rangún están ahora por las nubes. Son mucho más caros que en Bangkok, Vientián y Pnom Penh. Defiéndase como pueda. No reserve nada por Internet. Llegue a pecho descubierto y búsquese la vida. Yo, después de morder el anzuelo del Alpha, que está bien, pero cobra noventa dólares, acabé en el Halpin -más que correcto- y me ahorré la mitad, con un buen desayuno incluido. Almuerce y cene en la hilera de restaurantes -indios, japoneses, tailandeses, birmanos, italianos e indonesios... Todos ellos excelentes y de muy grata atmósfera- que se despliega a cortísima distancia del hotel. No tiene pérdida.

5. Preceptivo es, ya que de gastronomía hablamos, dejarse caer por los chiringuitos de comida san en la calle 58. Son divertidos, exóticos, pintorescos y sabrosos, además de muy baratos. No conozco mejor manera de hincar el diente a la auténtica cocina birmana.

6. Olvídese de casi todo lo que dice la guía de la Lonely, al menos en su edición española, que es de hace seis años. Sirve para los monumentos, aunque no para sus tarifas, pero en todo lo demás está desfasada. Y no es eso lo peor... Lo peor es la insoportable moralina de la que hace gala. Tire ese libro a la basura. Es donde merece estar.

Y por hoy, ya vale, ¿no?

Segundo artículo  de la serie Burmese days de Fernando Sánchez Dragó en El mundo.

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