EL OLVIDO DE LOS BIRMANOS EN EL EXILIO
10.000 casas de bambú clavadas sobre una colina y rodeada por alambres de espino (puas) donde se refugian unos 50.000 birmanos de la etnia karen desde hace más de 20 años. Esto es Mae La, el campo de refugiados birmanos mas grande de Tailandia. Hoy es un fangal. La lluvia ha convertido las empinadas calles del poblado en un torrente de agua y barro que dificulta el tránsito de sus residentes. Vinieron hasta aquí porque allí, al otro lado de la frontera, no muy lejos del poblado, los militares que gobiernan en Birmania comenzaron a exterminarles. Ahora son más de 130.000 personas distribuidas en siete campamentos a lo largo de Tailandia y sólo algunos continúan luchando en el viejo estado Karen por la supervivencia de su pueblo.
Los karen se resisten a que el olvido de la comunidad internacional eternice su situación por más tiempo. “Son demasiados años pasando hambre y extrañando nuestro país. La Junta Militar que gobierna en Birmania ha despedazado a todo aquel que le lleva la contra. Birmania necesita ya una democracia y eso sólo ocurrirá si nos ayudan lo demás países”, explica un venerable anciano en la entrada de su choza. No hay mucho que hacer en el campamento. La mayoría de los karen no puede trabajar sin permiso de las autoridades tailandesas y cuando lo obtienen es para ser empleados en condiciones de semiesclavitud a las afueras de Mae Sot, la última ciudad tailandesa antes de llegar a Birmania. Así que los mayores se conforman con trabajar en algún negocio de alimentación, los jóvenes tocan la guitarra incansablemente tumbados en hamacas y los niños pequeños acuden al monasterio para aprender las enseñanzas del budismo. Los karen son sólo uno de los obstáculos que el gobierno birmano encuentra cada día para someter al país bajo la dictadura.
Durante septiembre y octubre del 2007, las revueltas de los estudiantes y los monjes budistas a favor de la democracia han hecho que el general Than Shew, el máximo dirigente de la Junta Militar que gobierna el país, tenga que sacar a los soldados a la calle para reprender las manifestaciones.
Lo han hecho a golpes y a disparos. Esa demostración de poder y su repentino interés por poner buena cara a los organismos internacionales que le han censurado han sembrado la duda sobre lo que pasa realmente estos días en Birmania. La prohibición a los medios de comunicación de entrar en el país y la persecución de todo aquel que enviase imágenes de las protestas hacen que las cifras de 16 muertos dadas por el régimen no sean creíbles; la disidencia asegura que el gobierno ha detenido a unas 6.000 personas y matado a otras 200.
En Mae Sot [en], a cuatro kilómetros de la frontera, antiguos presos políticos, ya experimentados en los métodos empleados por los militares, han abierto un pequeño museo con fotografías y maquetas hechas por ellos mismos donde documentan las atrocidades del régimen. A Aung Kyat Do, un hombre de 40 años y aspecto frágil, le encerraron en la temida carcel de Insein. Allí pasó 17 años. Aung señala en la maqueta los barracones en los que estuvo encarcelado y las celdas en las que vivían hacinadas hasta ocho personas. “El mundo tiene que conocer lo que ha pasado aquí todos estos años y lo que sigue ocurriendo. La anterior revuelta, la de 1988 fue olvidada y la situación empeoró. 3.000 personas fueron asesinadas. Eso no puede ocurrir esta vez”, reclama. Opiniones como esta son las más oídas estos días en aquellos puntos de Tailandia donde residen birmanos exiliados. En el campamento de Mae La, los viejos sabios de la etnia karen insisten en la necesidad de que el resto de países vecinos, la prensa y la ONU no les den la espalda.
Uno de ellos muestra los documentos que el comité de refugiados ha enviado en ocasiones a la ONU dando cuenta de cuántas personas viven allí y de cómo ese número aumenta cada día. “El paso del tiempo no convertirá estas casas de bambú en mi hogar”, concluye.