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Crónicas de una cámara

viernes, 21 de agosto de 2009

Gracias al chivatazo de una amiga (gracias Purpurrote) hemos conocido la web de otro afortunado viajero que en su periplo alrededor del mundo ha llegado a Birmania. Tomamos algunas notas y fotos de sus entradas: Mágica Myanmar, El país perdido, De Kalaw a Inle, barro mediante, Risas contra la dictadura, Bagán y la memoria de Myanmar.

Parecía el fin del mundo. Un lugar que antaño había gozado de prosperidad y que una vez abandonado y dejado al control y reinado de la naturaleza había vuelto a ser ocupado por los últimos habitantes de la tierra. Rostros pintados y labios ensangrentados, enganchados por dentro y fuera de vehículos que ignoraba como podían seguir funcionando.

Una segunda visión revela una imagen completamente diferente. Myanmar es un lugar especial. Las calles bullen con actividad, los puestos callejeros y mercados copan las “aceras”, parte de las calles y todo son sonrisas. La sangre de sus bocas no es tan (afortunadamente), sino betel (nuez de areca), una planta que mastican y que vendría a ser su chicle. Las caras están maquilladas con tanakha, una crema hecha con sándalo, que aparte de su función decorativa actúa de protección solar.

“Birmania no se parece a nada de lo que hayas visto”, dijo Kipling. Y es cierto. Es un mundo aparte. Mucha gente considera que Myanmar es el último lugar de Asia que conserva su autenticidad. También es cierto, pero es un precio demasiado por vivir aislado del resto mundo.





















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