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La tragedia islámica de Birmania

domingo, 29 de julio de 2012

Un ciudadano paquistaní quema una
bandera de Birmania mientras pisa
otra de Estados Unidos en
solidaridad con los Rohingya. :: EFE
Los budistas tienen fama de pacíficos, y rara vez se identifica su religión con movimientos extremistas. Pero no faltan ejemplos que demuestran que la violencia no siempre les resulta ajena. El último de ellos se vive desde hace semanas en Birmania, un país de difícil cohesión social y política que, sin embargo, está embarcado en esperanzadoras reformas que pueden desembocar, a largo plazo, en mayor respeto hacia los derechos humanos y la implantación de un sistema democrático. Desafortunadamente, los acontecimientos han manchado de sangre el nacimiento de esta transformación.


El 3 de junio, la bomba siempre latente del odio religioso estalló. En el Estado occidental de Rakhine, una horda de budistas linchó a una decena de musulmanes de la etnia Rohingya, uno de los grupos que más represión sufren en el mundo y que está clasificado como 'en peligro de extinción' por Médicos Sin Fronteras. Fue una respuesta a la supuesta violación de una adolescente budista por tres hombres musulmanes que, curiosamente, ya habían sido detenidos.

La respuesta del grupo étnico no se hizo esperar, y la rabia se extendió tan rápido como el fuego que calcinó monasterios, mezquitas y cientos de viviendas. Incluso los monjes que arriesgaron sus vidas durante la Revolución Azafrán de 2007, en la que exigieron sin éxito reformas democráticas, piden ahora a la población que no auxilie a los musulmanes, y dificultan la distribución de ayuda humanitaria a los Rohingya, cuya población se estima entre 800.000 y un millón de personas.

Protesta budista ante la Embajada
birmana en Bangkok. :: REUTERS
Muchos de ellos son apátridas -en 1982 Birmania dejó de concederles la nacionalidad tachándolos de inmigrantes ilegales- cuyos orígenes se encuentran en la vecina Bangladesh, un país del que llegaron con los colonos británicos y que ahora incluso niega el refugio a los que escapan en barcazas de la violencia. En algunos pasquines distribuidos por los monjes se considera a los Rohingya «crueles por naturaleza», e incluso se les acusa de «planear el exterminio del resto de grupos». Uno de los líderes budistas, Ashin Htawara, pidió al Gobierno que «expulse a los Rohingya a su tierra nativa». Teniendo en cuenta la inmensa influencia que los monjes tienen en la sociedad birmana, no es de extrañar que el problema haya adquirido una magnitud exacerbada.

El Gobierno tuvo que declarar el estado de emergencia el 10 de junio, pero la guerra continúa. Y muchas de las atrocidades son cometidas por soldados y policías. Diferentes testigos afirman incluso que los militares se divierten quemando los testículos de los ancianos con cigarrillos e introduciéndoles palos en el ano, mientras las mujeres son sistemáticamente violadas. La organización Jamaat-e-Islami también denuncia las torturas que sufren quienes se niegan a convertirse al budismo. «Les hacen comer cerdo y les dan alcohol para beber. Si no aceptan, son golpeados, e incluso ha habido casos en los que han sido quemados vivos», aseguró el jueves su portavoz, Syed Munawar Hasan.

Peligro de deportación
Las estimaciones de muertos varían desde los 90 hasta varios miles, y los desplazados se cuentan por decenas de miles. La mayoría vive hacinada en campos de refugiados que harían palidecer a quienes residen en Darfur, y diferentes ONG ya han alertado de que se han disparado las enfermedades y los casos de malnutrición, cuya prevalencia está ya por encima de lo que se considera una crisis sanitaria.

Artículo de Zigor Aldama visto en Hoy.

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