Un ejemplo más de cómo la belleza está en el ojo del que mira es hoy una tradición a punto de extinguirse en el noroeste de la otrora hermética Birmania, o Myanmar como es conocido oficialmente el país, aunque a mí me guste mucho más el romántico Birmania.
Durante generaciones, las mujeres de la tribu Chin, cubrían sus caras completamente con tatuajes de diversos diseños. El porqué se ha perdido en el tiempo. Se dice que los tatuajes eran un símbolo del paso de niña a mujer y que representaban fuerza, belleza y orgullo de pertenecer a una minoría étnica. Pero también se cuenta que los tatuajes se originaron con el propósito de afear a las mujeres Chin, encerrando su legendaria belleza tras unos simbólicos barrotes y protegiéndolas así de los deseos predatorios de los reyes birmanos. Con el tiempo, la práctica se convirtió en habitual, y no había jovencita Chin que se preciase que no quisiera cubrir su cara con el dolorosísimo dibujo permanente, que incluía párpados y labios, en un ritual en que los mayores habían de sujetar a las infortunadas jóvenes que se resistían entre gritos de dolor, y que una semana después no podían hablar ni gesticular debido a la inflamación de su cara.

Mi amigo Christian Develter ha preferido capturar esta belleza robada en el colorido lienzo con aires pop que ilustra este blog.
Artículo de Carmen Gómez Menor visto en Ocho leguas.
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