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Cazar cada día 200 moscas como castigo

martes, 20 de marzo de 2012

Ashin Nan Da, en el humilde monasterio de Ngwe Kyar Yan
El periodista Zaw Thet tenía que matar 200 moscas al día y mostrar los cadáveres de los insectos a los guardas de su prisión. Al monje Ashin Nan Da le obligaban a desplazarse siempre a cuatro patas, gritándole que no era humano, sino un perro. A la joven estudiante Phyo Phyo Aung la encerraron en una celda de aislamiento por ser la única mujer de su prisión.

De pronto, un día, los soltaron a todos. Su liberación, como la de otros cientos de presos políticos, forma parte de las asombrosas reformas en curso en Myanmar, país que durante décadas ha sostenido uno de los regímenes más represores y atrasados del mundo y que en noviembre de 2010 organizó una farsa electoral con las que presuntamente se abría una transición democrática.

Nadie creyó entonces las promesas de la Junta Militar birmana. Año y pico después, el escepticismo ha dado paso a un entusiasmo sin reservas entre la comunidad internacional, de la oposición e incluso del pueblo birmano. Zaw Thet salió de la cárcel el 13 de enero. «Era la tercera vez que me encerraban. En 2003 incluso me condenaron a muerte y después me soltaron. Pero en otras ocasiones me pusieron condiciones al liberarme. Ahora no. Ahora incluso me han dicho que puedo volver a ejercer como periodista», comenta en la redacción de la revista «Health Care», una de las publicaciones con las que ha empezado a colaborar.

El reportero explica que fue sentenciado en 2008 a 19 años de cárcel por enviar dos e-mails con fotografías en las que se mostraba la magnitud de la tragedia del ciclón Nargis, en el que murieron más de 120.000 personas en parte a causa de la negligencia del Gobierno, que ni siquiera permitió la entrada de personal humanitario. Tras abandonar su jaula, Zaw Thet tardó apenas un par de horas en recibir las primeras ofertas de trabajo. No sólo por su prestigio como reportero, sino por el «boom» que están experimentando las pequeñas editoras privadas gracias a la relajación de la censura.

Su primer texto salió publicado a principios de febrero y trataba nada menos que de las condiciones sanitarias en la cárcel. Sorprendentemente, pasó el filtro de la censura. En él, Zaw Thet cuenta cómo los carceleros de la prisión militar en la que lo internaron obligaban a los presos a cazar 200 insectos al día para combatir una plaga.

«No es sencillo matar tantas moscas, ni siquiera dentro de esas celdas mugrientas, propicias para los bichos. Al final del día, el que no lo conseguía sólo tenía dos opciones: fabricar moscas de mentira con grumos de arroz y ceniza para intentar engañar a los guardas, o comprarlas en el mercado negro», recuerda. El precio del puñado de insectos muertos se pagaba con la moneda de cambio de la prisión: sobres de café instantáneo. Por cada puñado de moscas muertas, un sobre.

Como a perros
En cinco amnistías consecutivas decretadas desde mayo de 2011, las cárceles se han vaciado de prisioneros políticos, poniendo en la calle a casi todos los grandes enemigos del régimen. «Calculamos que ya sólo quedan unos cien, acusados de supuestos cargos de terrorismo. Pero quizá suelten también a esos», dice Win Htein, quien pasó más de 20 años en la cárcel y uno de los políticos más veteranos de la Liga Nacional por la Democracia (NLD por sus siglas en inglés), el partido de la célebre premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi.

La «Dama», que había pasado bajo arresto domiciliario 15 de sus últimos 21 años, fue la primera en pisar la calle pocos días después de las elecciones. Con la libertad, ha recobrado también una frenética actividad política. Su fotografía, antes prohibida, empapela hoy las calles de la capital. Estos días, Aung San Suu Kyi hace campaña por las zonas más remotas del país de cara a las elecciones parciales convocadas para abril. Dichos comicios suponen una oportunidad para entrar en el Parlamento, aunque no podrá gobernar. Su objetivo declarado es conseguir el cien por cien de los escaños en juego y continuar batallando hasta las elecciones parlamentarias de 2015, en las que el NLD espera llegar al poder y abrir camino a una verdadera transición democrática.

El régimen no sólo ha puesto en libertad a políticos y periodistas, sino también a los líderes estudiantiles y los monjes budistas encarcelados durante la famosa «Revolución Azafrán» de 2007, combatida a tiros en las calles por los soldados. El monje Ashin Nan Da nos atiende sentado sobre una esterilla, en una terraza del monasterio de Ngwe Kyar Yan, un modesto centro religioso cuyo nombre apareció impreso en los diarios de todo el mundo cuando los religiosos decidieron levantarse contra el régimen hace casi cinco años. «La gente no podía más y decidí romper el silencio. Participé en las protestas y dije en una entrevista, ante las cámaras de una televisión de birmanos en el exilio, que los militares son unos mafiosos. Vinieron a por nosotros, a medianoche. Nos pegaron y destrozaron las ventanas y las puertas del monasterio a tiros. Saquearon todo y se llevaron a siete de nosotros en un camión», recuerda. Los otros seis monjes capturados fueron liberados en una de las primeras amnistías, a finales de 2011.

Ashin Nan Da tardó más, al negarse a firmar un documento con el que se habría comprometido a no protestar nunca más contra el Gobierno. «No nos daban suficiente comida, nos pegaban y teníamos que ir a todos sitios a cuatro patas, como perros. Mi padre murió mientras estaba en la cárcel. Fueron momentos muy tristes, pero nunca tuve miedo. Soy un religioso y seguiré apoyando lo que crea que es bueno para la gente. Nos han soltado y dicen que ahora vivimos en una democracia, pero en la cárcel siguen torturando a la gente», subraya.

Mucha desconfianza
Phyo Phyo Aung tiene 22 años y un aplomo al hablar que contrasta con su aspecto de colegiala. Salió de la cárcel hace unos días, pero la experiencia no parece haber mellado su determinación rebelde. Acude a la entrevista acompañada por tres amigos de la Federación de Estudiantes de Birmania. Todos ellos comparten un historial activista y han pasado por prisión recientemente por delitos políticos. «Nos acusaron de actividades subversivas. Días después, a mi padre también lo metieron en la cárcel por luchar por la democracia. Mi madre tenía que venir a traernos comida a los dos. Pero estaba orgullosa de nosotros », dice Phyo Phyo Aung. Como el resto de amnistiados, los estudiantes desconfían de las intenciones reales de los militares. «Es muy difícil creer teniendo en cuenta que el Ejército sigue estando en el poder. El Gobierno es nuevo, pero la gente es la misma», comenta la joven.

El periodista Zaw Thet expresa su escepticismo calificando la presunta transición de «experimento». «Si no les sale bien podríamos volver a la situación de antes. Quizá dentro de unos meses esté de nuevo en la cárcel. No me importa ir. Mis amigos dicen que a mí me gusta más vivir entre rejas», concluye, motivando las carcajadas de sus compañeros de redacción.

Un lugar clave: entre India y China
Las hipótesis sobre lo que realmente tiene en mente el régimen se cobran terreno entre las filas de la oposición, los activistas y los diplomáticos occidentales acreditados en Rangún. El ritmo frenético de las reformas hace pensar en una lucha de camarillas dentro de la propia élite en el poder. Los reformistas, actualmente en cabeza, pretenderían llegar cuanto antes a un punto de «no retorno», por si pierden el poder.

El principal objetivo a corto plazo es revocar las sanciones internacionales impuestas y la entrada de capital extranjero para aliviar las condiciones de un país que se hunde en todos los listados de desarrollo económico y social de Asia.

Miles de empresarios de todo el mundo hacen fila para posicionarse en uno de los mercados más prometedores del futuro, un país con enormes riquezas naturales, estratégicamente situado entre China e India, y en el que está todo por hacer, desde las infraestructuras básicas hasta la explotación de recursos, pasando por servicios como telefonía móvil o el prometedor sector turístico. Por su parte, la NLD ha accedido a entrar en el juego, convencido de que, cuanto más se avance en la senda democrática, más compleja será la marcha atrás.

Visto en La razón.

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