A este refugiado político birmano, que trabaja como investigador en la Universidad de Chiang Mai –la segunda ciudad de Tailandia– su paso por la selva le sirvió para darse cuenta de los límites de la lucha armada, incluso ante un régimen despótico como el birmano. Aung Naing Oo (Thakala, 1955) acaba de completar un curso de desarme y desmovilización de excombatientes en el Centro Internacional de Recursos por la Paz de Barcelona. Aboga, ante todo, por dialogar.
–La suya ha sido una vida fascinante. Cuéntenos un poco de ella…
–En 1988 yo era estudiante universitario, habíamos estado bajo el régimen militar durante 26 años. Los estudiantes queríamos hacer algo para exigir el regreso de la democracia. Pero las manifestaciones fueron mal, y un estudiante fue asesinado en marzo de ese año. A partir de entonces, se organizaron muchas protestas, hasta septiembre de 1988. Creemos que [los militares] mataron a 3.000 personas en aquel periodo.
–¿Conocía a algunos de los que mataron durante la represión?
–Algunas de estas muertes las vi con mis propios ojos manifestándome en agosto. Los militares nos dispararon muy cerca, tuve mucha suerte de que no me mataran.
–Tras las protestas de 1988, usted decidió pasar a la clandestinidad...
–Durante unos días me tuve que esconder. Volví a mi ciudad, cogí algunas cosas, y salí con otros para la jungla. Tuvimos que caminar durante 20 ó 30 millas. Luego nos ocultamos en los pueblos durante unos días y seguimos caminando, hasta el territorio de los rebeldes karen [minoría étnica birmana].
–¿Les recibieron bien?
–Sí. Nos dieron la bienvenida. Entre las protestas y el día en que me uní a los rebeldes, pasaron 20 días.
–¿Y después?
–Al campamento habían llegado unos 4.000 estudiantes procedentes de las manifestaciones; todos ellos dispuestos a alzarse en armas contra los militares. Por esta razón, hicimos entrenamiento militar.
–Y usted se convirtió en uno de los líderes de la milicia estudiantil...
–Me convertí en secretario del campamento, es decir, el segundo en la línea de mando. También fui director de la universidad de la selva, donde podíamos continuar estudiando.
–¿Cuántos tuvo bajo su mando?
–Unos 2.200. Al principio eran unos 4.000, pero luego, algunos prefirieron no quedarse con nosotros y formar sus propios regimientos. Nosotros decidimos llamarnos Ejército de Estudiantes. Eso sí, contábamos con poco armamento.
–¿Quiénes les entrenaban?
–Rebeldes karen y exsoldados del Ejército que huyeron con nosotros a la selva. Le diré una cosa. El otro día, cuando hacíamos un ejercicio de desarme en el castillo de Montjuïc, vi cómo un hombre manejaba un arma, y me apuntó. Sentí mucho miedo. En la selva, lo primero que aprendes es a no apuntar con tu arma a nadie. Solo apuntas arriba o abajo.
–¿Cómo se prepara a estudiantes a enfrentarse a todo un Ejército?
–No estábamos preparados para luchar. Nos habíamos manifestado pacíficamente tres meses, y lo único que teníamos era la sensación de que las manifestaciones y las protestas habían fracasado, y que a partir de entonces, solo se podía luchar. Pero no fue fácil. No pudimos contar con los medios adecuados.
–¿Cómo es la vida de la selva?
–Muy dura. Especialmente, la transición de la vida de ciudad a la vida de la selva. Fue todo tan repentino. Teníamos que dormir sobre el suelo. Cuando el invierno llegaba, solo teníamos una manta. Aunque no lo crea, en la selva puede hacer mucho frío. No había suficiente comida, solo sobraba el arroz. En la zona donde estábamos, la malaria era endémica. Además, para unos 2.000 combatientes, había solo unas 40 ó 50 mujeres.
–¿Por qué dejó a los rebeldes?
–Tras 11 años, me di cuenta de que la lucha armada no estaba funcionando. Necesitábamos disciplina adecuada, apoyo adecuado. No teníamos armas suficientes. Los karen perdían territorio. Y otras minorías étnicas empezaron a firmar altos el fuego con el Gobierno.
–¿Qué tiene este régimen militar que ha superado todas las presiones?
–Hacia 1995, la unidad entre todos los grupos armados había desaparecido por completo. y el Ejército logró meterse a estos grupos en el bolsillo. Otra razón es la geopolítica. Todos nuestros países vecinos --Tailandia, la India, China-- son rivales geopolíticos, y quieren que Birmania esté de su lado.
–¿Qué sugeriría a la opositora Aung San Suu Kyi para ser más efectiva?
–Hace cosas adecuadas, pero en ocasiones poco y demasiado tarde. En política, todo es blanco o negro. En la respuesta, a veces se pierde el pensamiento estratégico.
–¿Echa de menos su país?
–Nunca me he ido. Mis amigos me dicen que me vaya a Sudán o a África, pero estoy completamente dedicado a la causa de Birmania.
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