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El puente de teca

martes, 26 de enero de 2010

De Birmania sale buena parte de la teca, el oro de los bosques, que consume el mundo. Esa durísima y cara madera, inalterable, ignífuga, que tanto sirve para las cubiertas de los barcos como para los muebles de jardín de Occidente, la utilizan en Myanmar para la construcción de templos, palacios, casas… y puentes.

En Amarapura, ciudad de la inmortalidad, a once kilómetros al sur de Mandalay, una de las muchas capitales imperiales del país, la penúltima durante algo más de cincuenta años, que, como otras, pasó del esplendor a la decadencia, se encuentra el puente de teca más largo del mundo, el puente peatonal U Bein, de kilómetro y medio de largo y sobre más dedos mil postes que cruza el apacible lago Taungthaman ─nombre del ogro que llegó allí en busca de Buda─ en cuyas orillas flamean las estupas blancas de unas cuantas pagodas.

Dicen que este puente de más de doscientos años de existencia y aspecto robusto lo construyó un súbdito musulmán por su propia cuenta y que pagó la osadía con su cabeza por no haber consultado su construcción con el rey Bodawpaya. Verdad o mito lo cierto es que ese puente sencillo, que se eleva cuatro metros sobre la superficie del lago, es uno de los lugares más bellos de todo el país al atardecer, uno de los puntos más fotogénicos, y concita la admiración de visitantes y lugareños que pasean lentamente por su entablado, a pie o en bicicleta, y se detienen a admirar, subidos a esa larga atalaya, un paisaje de un bucolismo irreal con prados extensísimos punteados por árboles en los que pacen los búfalos de agua tan importantes para las labores del campo de los labradores.

Hará bien el viajero, después de visitar las estupas de Amarapura y su inmenso cenobio de monjes budistas, que han escogido tan hermoso lugar para meditar e iluminarse, acercarse al lago media hora antes de la puesta de sol, alquilar en la orilla una chalupa por 3.000 kyats y decirle al barquero que pase bajo las columnas del puente y se sitúe luego enfrente de la pasarela para contemplar como el disco solar se hunde y como las personas que están sobre el puente se convierten en fantásticas sombras chinescas. Luego, durante unos minutos, la semipenumbra otorga una luz mágica a todo el entorno, al lago, al puente y a la pagoda de Kyauktawgy como el telón de un teatro que baja muy despacio.


Fotos y texto de José Luis Muñoz vistos en La soledad del corredor de fondo.

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