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Una lucha por encima de sí misma

domingo, 20 de junio de 2010

Hubo un tiempo en el que el piano de Aung San Suu Kyi (Rangún, 1945) llenaba de música las calles de su barrio. De pronto dejó de sonar y en Rangún temieron lo peor.

Los birmanos vivían -y viven- pendientes del destino de esta mujer, y cualquier detalle les preocupa. Su peso, sin ir más lejos. Cada vez más delgada, la activista admite que casi no come porque los alimentos a los que tiene acceso son los que le proporciona la Junta Militar. Su delgadez es, en el fondo, su orgullo, su lucha.

Una lucha que está por encima de sí misma y que emprendió en 1988, cuando viajó a su país para visitar a su madre enferma. Entonces decidió permanecer en Birmania porque, dijo, «como hija de mi padre [Aung San, militar y héroe de la independencia], no puedo permanecer indiferente a lo que sucede en mi país». Renunció a viajar a Gran Bretaña, donde su marido agonizaba enfermo en 1999, porque sabía que no la iban a dejar volver.

Son detalles de su vida que ha contado ella cuando ha tenido acceso a algún periodista. Y siempre lo ha hecho, según los reporteros, con una sonrisa. Incluso se ríe de su situación, a la que resta importancia porque, repite, «aquí la gente muere, el aislamiento no es lo peor».

Pasa las horas entre lecturas -le encantan las biografías de Nehru y Nelson Mandela- y meditación. Y se apoya en lo que le confió un monje hace años: «Para lograr la felicidad, tienes que invertir en sufrimiento».

Hubo un tiempo en el que solía tocar el viejo piano de su madre. Ya no. Desafinado y con cuerdas rotas, es ya sólo un recuerdo de épocas pasadas. Las notas musicales han sido sustituidas por el débil hilo de una descacharrada radio. Así se entera Suu Kyi de qué le deparará la vida.

Visto en El mundo.

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