El Laiza Golf Club es un lugar inusual en medio de un territorio en guerra. Pero para los líderes de la guerrilla étnica kachin, que está luchando contra el poderoso Ejército de Myanmar, unas cuantas partidas son buenas para "calmar mentes atormentadas por la guerra".
Hay perros vagabundeando, el green ha visto días mejores y hay una guerra civil a pocos kilómetros de distancia. Pero aquí, en las conflictivas montañas del norte de Myanmar el Laiza Golf Club, abierto en 2006, continúa funcionando.
El campo de golf de seis hoyos (hay tres más planificados) se extiende a la orilla de un pequeño río en el estado rebelde de Kachin, tan cerca de la frontera china que un golpe no ajustado puede hacer que la pelota acabe en una zona horaria diferente. El centro social es una pequeña zona cubierta con bancos, donde los resultados se apuntan en un encerado.
Es un lugar inusual para disfrutar de un rato de golf, pero para los líderes de la guerrilla étnica kachin que está luchando contra el poderoso Ejército de Myanmar unas cuantas partidas son buenas para forjar relaciones, y para calmar mentes atormentadas por la guerra.
“El golf es un juego de caballeros”, afirma el coronel Maran Zaw Tawng, secretario del club y comandante veterano del Ejército para la Independencia de Kachin (KIA). “Cuando jugamos al golf aprendemos a respetarnos los unos a los otros. Tienes que estar callado cuando los demás juegan; si tienes otras cosas en la cabeza, pierdes”.
En Birmania los campos de golf son un legado del colonialismo británico. El coronel Maran descubrió este deporte cuando era niño, viviendo en la capital del estado, Myitkyina. Allí veía a los jugadores en el campo de golf local.
El campo de Laiza, diseñado por Nay Min, un conocido jugador indio-birmano de Myitkyina, se construyó para dar servicio a los numerosos empresarios extranjeros que llegaban al país para entrevistarse con miembros del Gobierno.
Pero los miembros del KIA y su brazo político, el KIA, se acabaron aficionando al juego. El golfista Nay Min se quedó de hecho para enseñar a los comandantes locales técnicas para conseguir un buen “drive”.
Uno de los que se han aficionado en los últimos años es el alcalde de Laiza, el comandante Kareng Naw Awn. Vestido con un polo Nike, pantalones flojos y zapatos de golf blancos, asegura mientras golpea una pelota que “sólo juego por amistad y para relacionarme. Si jugamos al golf, mis colegas y yo nos entendemos mucho mejor”.
Cuando la lucha estalló entre el KIA y los militares birmanos el pasado junio, poniendo fin a un alto al fuego de 17 años y provocando decenas de miles de desplazados en la región, el club de golf siguió abierto al público, con una cuota de 1.000 kyats (1,15 dólares) por juego. Pero muchos oficiales de KIO dicen que han tenido que reducir su afición al juego por las exigencias de la guerra. El club también ha tenido que cancelar sus torneos mensuales.
Para bien o para mal la guerra ha aportado caddies: jóvenes de la etnia kachin desplazadas por la guerra, que se encargan de transportar las bolsas con los palos para ganar algún dinero.
“Las tropas atacaron nuestro pueblo”, dice Dau Nan, una joven de 13 años que cubre su cabeza con una gorra azul de béisbol. Gana unos 3.000 kyats (3,70 dólares) por hacer de caddy en una partida de 18 hoyos.
El ritmo relajado en el campo refleja la atmósfera que se vive en esta ciudad fronteriza de 7.500 habitantes, la capital de la zona autónoma de KIO en el norte del país.
El conflicto en la jungla ha desencadenado un flujo de desplazados, pero sin embargo en Laiza reina un sorprendente ambiente de normalidad. Los restaurantes al margen de las carreteras están repletos por la noche. Y en las numerosas tiendas de importación y exportación se puede ver de todo, desde güisqui Johnny Walker hasta champú chino (por no decir material de golf).
“Los combates están produciéndose muy cerca de Laiza, pero todos los civiles creen que los soldados del KIO son capaces de defender la ciudad, así que pueden permanecer aquí con normalidad”, asegura el comandante Kareng Naw Awn en su oficina, donde se pueden ver unas bolsas con palos de golf al otro lado de la puerta.
El conflicto ha provocado una caída en los ingresos por impuestos fronterizos, pero ha permitido al KIO volver a empezar a cobrar impuestos en áreas (como la riza zona minera de Hpakan) excluidas bajo el acuerdo de alto al fuego de 1994.
Además, a diferencia de muchas otras partes, las luces en Laiza nunca se apagan: el mini estado del KIO está bien servido por su propia central de energía hidroeléctrica.
Hay perros vagabundeando, el green ha visto días mejores y hay una guerra civil a pocos kilómetros de distancia. Pero aquí, en las conflictivas montañas del norte de Myanmar el Laiza Golf Club, abierto en 2006, continúa funcionando.
El campo de golf de seis hoyos (hay tres más planificados) se extiende a la orilla de un pequeño río en el estado rebelde de Kachin, tan cerca de la frontera china que un golpe no ajustado puede hacer que la pelota acabe en una zona horaria diferente. El centro social es una pequeña zona cubierta con bancos, donde los resultados se apuntan en un encerado.
Es un lugar inusual para disfrutar de un rato de golf, pero para los líderes de la guerrilla étnica kachin que está luchando contra el poderoso Ejército de Myanmar unas cuantas partidas son buenas para forjar relaciones, y para calmar mentes atormentadas por la guerra.
“El golf es un juego de caballeros”, afirma el coronel Maran Zaw Tawng, secretario del club y comandante veterano del Ejército para la Independencia de Kachin (KIA). “Cuando jugamos al golf aprendemos a respetarnos los unos a los otros. Tienes que estar callado cuando los demás juegan; si tienes otras cosas en la cabeza, pierdes”.
En Birmania los campos de golf son un legado del colonialismo británico. El coronel Maran descubrió este deporte cuando era niño, viviendo en la capital del estado, Myitkyina. Allí veía a los jugadores en el campo de golf local.
El campo de Laiza, diseñado por Nay Min, un conocido jugador indio-birmano de Myitkyina, se construyó para dar servicio a los numerosos empresarios extranjeros que llegaban al país para entrevistarse con miembros del Gobierno.
Pero los miembros del KIA y su brazo político, el KIA, se acabaron aficionando al juego. El golfista Nay Min se quedó de hecho para enseñar a los comandantes locales técnicas para conseguir un buen “drive”.
Uno de los que se han aficionado en los últimos años es el alcalde de Laiza, el comandante Kareng Naw Awn. Vestido con un polo Nike, pantalones flojos y zapatos de golf blancos, asegura mientras golpea una pelota que “sólo juego por amistad y para relacionarme. Si jugamos al golf, mis colegas y yo nos entendemos mucho mejor”.
Cuando la lucha estalló entre el KIA y los militares birmanos el pasado junio, poniendo fin a un alto al fuego de 17 años y provocando decenas de miles de desplazados en la región, el club de golf siguió abierto al público, con una cuota de 1.000 kyats (1,15 dólares) por juego. Pero muchos oficiales de KIO dicen que han tenido que reducir su afición al juego por las exigencias de la guerra. El club también ha tenido que cancelar sus torneos mensuales.
Para bien o para mal la guerra ha aportado caddies: jóvenes de la etnia kachin desplazadas por la guerra, que se encargan de transportar las bolsas con los palos para ganar algún dinero.
“Las tropas atacaron nuestro pueblo”, dice Dau Nan, una joven de 13 años que cubre su cabeza con una gorra azul de béisbol. Gana unos 3.000 kyats (3,70 dólares) por hacer de caddy en una partida de 18 hoyos.
El ritmo relajado en el campo refleja la atmósfera que se vive en esta ciudad fronteriza de 7.500 habitantes, la capital de la zona autónoma de KIO en el norte del país.
El conflicto en la jungla ha desencadenado un flujo de desplazados, pero sin embargo en Laiza reina un sorprendente ambiente de normalidad. Los restaurantes al margen de las carreteras están repletos por la noche. Y en las numerosas tiendas de importación y exportación se puede ver de todo, desde güisqui Johnny Walker hasta champú chino (por no decir material de golf).
“Los combates están produciéndose muy cerca de Laiza, pero todos los civiles creen que los soldados del KIO son capaces de defender la ciudad, así que pueden permanecer aquí con normalidad”, asegura el comandante Kareng Naw Awn en su oficina, donde se pueden ver unas bolsas con palos de golf al otro lado de la puerta.
El conflicto ha provocado una caída en los ingresos por impuestos fronterizos, pero ha permitido al KIO volver a empezar a cobrar impuestos en áreas (como la riza zona minera de Hpakan) excluidas bajo el acuerdo de alto al fuego de 1994.
Además, a diferencia de muchas otras partes, las luces en Laiza nunca se apagan: el mini estado del KIO está bien servido por su propia central de energía hidroeléctrica.
Visto en La información.
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