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Refugiados birmanos explotados en Tailandia

domingo, 16 de diciembre de 2007

Los birmanos que huyen de la represión militar son explotados en Tailandia por 30 euros al mes.

Ma Nge lleva un mes pensando qué va a hacer este lunes. «Es mi primer día libre en un año, pero no se me ocurre nada, no estoy acostumbrado», confiesa riendo a LA RAZÓN. Hace un lustro que escapó de su país, Birmania, donde la brutal dictadura de la Junta Militar está matando literalmente de hambre a la población. Salió de aquella pesadilla y despertó en otra: desde que atravesó caminando la frontera con Tailandia no ha hecho más que trabajar, por 30 euros al mes, en turnos de 15 horas al día y con un solo día libre al año. «Antes estaba en la fábrica de un chino y la única fiesta era el día de Año Nuevo», explica sin parar de reír.
«Hay que tener paciencia para no volverse loco». Consejos como los de Ma Nge es lo que encuentran los supervivientes de la «revolución azafrán» que siguen cruzando la frontera con Tailandia tras la represión de septiembre. Engordan la lista de los más de 250.000 birmanos que viven en semiesclavitud en las 289 fábricas de la región, donde la mano de obra es tan barata que las empresas textiles chinas y taiwanesas han empezado a producir aquí. Arriesgando la vida, los inmigrantes birmanos cruzan una frontera plagada de minas y se establecen a sólo 5 kilómetros de su país para comenzar el peor de los exilios posibles.

Sólo un 25% de ellos, según abogados locales, han conseguido el permiso de residencia. Ma Nge agita con orgullo el suyo, una moderna tarjeta con su fotografía digitalizada. «Esto me permite vivir en Mae Sot, pero no salir de la ciudad. Como hablo inglés podría buscarme la vida en Bangkok, pero no me dejan». Su novia sí que se fue hace un año, clandestinamente, escondida en el maletero de un coche. «Es probable que se esté prostituyendo. No me llama desde hace mucho», admite Ma Nge. Pero esta vez no se ríe.
Muchos de los que engrosan las cuentas del trabajo negro proceden de los campos de refugiados instalados a lo largo de la frontera. La mayor parte son miembros de la etnia karen, una minoría de 9 millones que mantiene una auténtica guerra civil con el Ejército birmano.

Los abusos a los inmigrantes en Mae Sot empezaron a conocerse hace cinco años gracias a algunas organizaciones humanitarias. Aun así, los avances son escasos. El año pasado intentaron organizar una huelga. Resultado desastroso: 420 fueron despedidos y deportados a Birmania, donde les espera la cárcel. Los empresarios aseguran que si siguen viniendo es porque están mejor que en su país.
Los ecos de la «revolución azafrán» han llegado aquí. La semana pasada se dio una sentencia histórica: dos empresarios tailandeses fueron arrestados por haber matado y quemado a cinco de sus trabajadores birmanos, acusados de robar un saco de maíz. «Estos casos no son diarios pero tampoco raros. Muchas empresas actúan como verdaderas mafias. Los cuerpos aparecen en la carretera o enterrados. Aquí se dice que para hacer desaparecer a un birmano sólo hacen falta cinco litros de gasolina», explica un cooperante tailandés que no quiere revelar su identidad.
El número de inmigrantes birmanos buscando un sitio para dormir en las chozas de bambú levantadas junto al basurero no ha hecho más que crecer durante las últimas semanas. «Han llegado muchos tras la revolución. Tienen miedo y piensan que los van a matar, que hay espías de la Junta entre nosotros. En Birmania sólo hay criminales», explica Kya, que acoge a un primo suyo que participó en las protestas y que huyó del país cuando comenzó la represión.
Visto en Birmania Free.

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