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Birmania: entre la historia y la violencia

domingo, 16 de diciembre de 2007

Recientemente, los noticiarios nos han mostrado imágenes de las violentas represiones a un pueblo budista. Monjes golpeados o muertos; soldados disparando contra civiles y periodistas; manifestaciones nutridas; la violencia y el caos general. Esto sucede en un territorio lejano, casi olvidado, que sólo se menciona cuando los muertos cubren las calles.
Ahora, los monjes budistas iniciaron las protestas. Su grito de inconformidad es sencillo: el aumento a la gasolina ocasionó una escalada en los precios de los productos básicos. En un país donde la miseria es la regla, los aumentos significan la muerte. Una muerte que tiene cara de Junta Militar.
Aquel país se trata de la Unión de Myanmar, la antigua Birmania.

Ubicado entre China, Tailandia y la India, Birmania es un país rico en recursos naturales, pero azotado por la pobreza, las injusticias y las carencias.
Su historia es milenaria, así como su cultura, lo que contrasta con su actual forma de vida: es uno de los países más cerrados del mundo, a causa de la política aislacionista implantada por los sistemas militares que lo han gobernado por 45 años.

Los birmanos descienden de tribus mongolas que se establecieron en la región en el siglo VII. Su sistema de vida no sufrió cambios sino hasta el año 1054, cuando los grupos se unieron para formar un solo Estado. Entonces se creó la dinastía Pagan, cuyo fundador, Anorahta, también introdujo el budismo. En nuestros días, se calcula que entre 80 y 90 por ciento de los habitantes profesa esta religión.

En 1287, las hordas de Kublai Kan invadieron el territorio, lo que ocasionó su fragmentación, hasta que en 1752 se logró la reunificación. Al iniciar el siglo XIX, las ansias expansionistas por parte del Imperio Británico lograron anexarlo a sus dominios, uniéndolo con la India hasta 1937.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los japoneses ocuparon la zona, por lo que muchos de los episodios más violentos de la época se fraguaron allí. Su conformación como república independiente se logró finalmente hasta 1948. Sin embargo, esta nueva esperanza duró poco para los habitantes de la antigua Burma, pues pocos años más tarde, en 1962, un golpe militar llevó al poder al general Ne Win, quien gobernó con puño de hierro por 26 años. Ne Win poseía ideas extrañas. Implantó un sistema basado en un socialismo de carácter aislacionista. Su visión se limitaba a impedir todo contacto con el exterior, creyendo que su modelo económico le permitía ser independiente y ajeno al resto del mundo. Este mismo sistema es el que han arrastrado los birmanos desde entonces, y les ha impedido despegar y alejarse de la miseria que ahora los asfixia.

Para 1988, el descontento popular había estallado. Estudiantes y monjes lideraron un movimiento que derivó en la renuncia del general Ne Win. No obstante, una nueva acometida militar aplastó a los inconformes. Esta vez bajo las órdenes del general Saw Maung, la milicia instauró el Consejo Estatal para la Restauración de la Ley y el Orden. En esta ocasión, más de mil manifestantes fueron asesinados sin misericordia. Un año más tarde, el régimen militar, en medio de nuevas medidas de represión, cambió el nombre del país por el de Myanmar.

La historia de esta nación no ha sido sencilla. Desde la llegada al poder de la junta militar que ahora domina, las represiones y medidas coercitivas han sido la norma. Incluso después de que la oposición ganó las elecciones para la Convención Nacional, en 1990, los militares han impedido reiteradamente el arribo de la democracia. Centrados en un gobierno brutal al que no le tiembla la mano, su única muestra de humanidad ha sido tolerar la existencia de un “gobierno paralelo”, el cual no posee poderes reales, pero es apoyado por organizaciones disidentes. Fruto de este “otro gobierno”, el Premio Nobel de la Paz 1990 le fue otorgado a Suu Kyi, uno de sus dirigentes.

Sin embargo, una de las grandes ironías de este sistema represor es mantener a su población en la pobreza extrema, siendo que el país entero es rico en recursos. El gas natural, el petróleo, el estaño y el oro son solamente algunas de las muchas riquezas cuyos beneficios se mantienen ausentes de una realidad que lastima.

A pesar de tener poderosos vínculos comerciales con países con economías crecientes, generadores de tecnología, como Singapur, China, Tailandia, Malasia y la India, su contacto con el exterior es precario. Esto lo ejemplifica la reciente decisión por parte de la Junta Militar de cortar las conexiones a internet para tratar de evitar la difusión de las continuas represiones.
Myanmar (llamado aún Birmania por países como Estados Unidos e Inglaterra) subsiste bajo un régimen dictatorial. Si bien existe el pluripartidismo, las decisiones son tomadas desde la cúpula militar. El poder legislativo no funciona desde 1988, mientras que el Parlamento instituido dos años más tarde carece de la facultad de crear o modificar leyes. Incluso, su constitución fue suspendida desde hace 19 años.
Del mismo modo, uno de los tragos más amargos para la comunidad internacional lo dio la Organización Internacional del Trabajo, al revelar, en 1998, que en todo el país se practica el trabajo forzado. Usualmente enfocado en la construcción y la agricultura, es dominado y ordenado por los militares.
Al año siguiente, un reporte de la ONU confirmó el recorte a las libertades civiles, la deportación masiva de personas, y la violencia contra las minorías étnicas (en el territorio habitan shans, carens y arakans, en proporciones que no rebasan el 10 por ciento; más otros grupos mínimos).
Ahora, luego de las brutales golpizas en contra de monjes manifestantes, la Asociación para el Avance de la Ciencia de Estados Unidos ha confirmado que el gobierno de Myanmar ha arrasado con 18 pueblos, la mayoría de ellos pertenecientes al estado de Karen, los cuales fueron incendiados.
La realidad es que las recientes protestas se tratan de las más vigorosas en los últimos 19 años. Por ello, la Junta Militar no se mostrado dispuesta a tolerarlas. Tanto la capital Rangún, como las ciudades principales, han sido escenarios de enfrentamientos mortales, donde el número de muertos es incierto, pero se sabe que es mucho mayor al reconocido por el gobierno.
Desde el pasado 19 de agosto, cuando se anunció el incremento al precio de la gasolina, monjes budistas desafiaron al régimen, cuya ordenanza prohíbe la reunión pública de más de cinco personas.
En respuesta, los militares los reprimieron violentamente, incluso al extremo de entrar a los monasterios a golpear y detener a los inconformes... en una escalada de terror que parece no tener fin.
Ahora, con sus comunicaciones interrumpidas y la comunidad internacional ejerciendo una presión en aumento, la antigua Birmania espera la hora de la paz, el momento de la democracia. Lo que sucede en Myanmar significa una de las más atroces violaciones a los derechos fundamentales del hombre. Se trata de un régimen militar que no sólo gobierna a su antojo y reprime, sino que asesina y mata de hambre y miseria a su propio pueblo.
Escrito por Eduardo Navarro en Con-tacto semanal.

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