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Orwell regresa a Birmania

lunes, 19 de marzo de 2012

Viejo tren que une las ciudades
de Rangún y Mandalay (Foto. A.R.).
Un espía del Gobierno, el único birmano cuya presencia está autorizada, apunta las chanzas que la troupe de bigotudos hace a cuenta la dictadura. En su espartano taller de motos, el cómico Par Par Lay, líder de los Moustache Brothers (Hermanos Mostacho), que acumula tres estancias en la cárcel por criticar al régimen, cuenta un chiste antiguo que no ha perdido su gracia: "Un tipo recorre cientos de kilómetros fuera de su región en busca de un dentista. Cuando lo encuentra el doctor le pregunta que si no hay dentista en su aldea. ‘Si, claro que hay, el problema es que allí no me dejan abrir la boca’". 22 extranjeros (con cuatro periodistas emboscados) le ríen la gracia mientras beben cerveza Myanmar.

Gracias al humor negro, muchos birmanos han sobrellevado uno de los regímenes más totalitarios, sanguinarios y cleptómanos del mundo, aunque quizás el adjetivo que mejor define a la Junta Militar del tirano Than Shwe, hoy travestida de Gobierno parlamentario en manos del títere Thein Sein, es orwelliana. Porque Orwell ha sido el escritor que mejor ha retratado los engranajes que mueven a las dictaduras en dos libros imprescindibles: 'Rebelión en la granja' y su obra maestra, '1984'.

Informante del régimen
birmano (Foto A.R.).
Pero la relación de George Orwell con Birmania es mucho más estrecha que el uso del adjetivo. En noviembre de 1922, harto del selecto colegio Eton y fascinado por las historias de Kipling en oriente, un jovencísimo Eric Arthur Blair (aún no usaba el pseudónimo que lo hizo inmortal) dejaba Londres y llegaba a Rangún a bordo del buque SS Herefordshire tras un mes de travesía. Años después publicó su primer libro sobre aquella experiencia, 'Los días de Birmania' y el ensayo anticolonialista 'Shooting an elephant'.

A pesar de que han pasado 90 años, no es difícil seguir las huellas del escritor en un estado crepuscular, pero que aún mantiene en pie todos los edificios e infraestructuras coloniales, aunque sea con termitas. Pero lo que llama la atención es que los militares se han empeñado, desde que tomaron el poder en 1988, en reproducir los 'tics' totalitarios que Orwell denunció en '1984'.

Un país sumido en la pobreza
En el país de las pagodas gigantes el edificio más grande sigue siendo la cárcel de Insein, construída por los británicos al norte de Rangún, donde aún se apiñan 10.000 personas. Amnistía Internacional cifra en 1.572 el número de disidentes políticos que aún quedan en sus muros. Orwell, cuyo trabajo de agente en la Policía Imperial Británica acabó despreciando, llevó hasta esa prisión a muchos condenados.

Pero como sucede con la Birmania colonial, que se cae a pedazos, la dictadura se desmorona ante el impulso de un icono cuya exhibición hace unos meses significaba la cárcel, pero que hoy todo el mundo lleva con forma de pegatina, camiseta o almanaque como símbolo de libertad: la imagen de la Nobel de la paz Aung San Suu Kyi, la carismática hija del general Aung San, el padre de la patria y fundador del Ejército, la 'cryptonita' de los militares golpistas.

Para viajar de Rangún a Mandalay, la antigua capital británica, Orwell cogió un decrépito tren colonial. Hoy esos trenes existen y los turistas pagan dos dólares no por un billete, sino por un permiso especial para extranjeros del jefe de estación. Un vendedor ofrece 'The New Light of Myanmar', el diario del régimen que, como el Gran Hermano, sólo da buenas noticias y logros gubernamentales que no se ven por ningún lado.

Birmania es hoy el país más pobre del sudeste asiático muy por detrás de sus vecinos tailandeses, chinos, indios, vietnamitas... y el que sufre más carencias básicas como la leche, imposible de encontrar a no ser que se tome en polvo, o cuchillas de afeitar, o perfume, o un simple pinta labios femenino. Los móviles occidentales no funcionan, una tarjeta de teléfono cuesta lo que en España un iPhone. Ni los hoteles de cinco estrellas tienen internet.

La huella militar
Uniforme militar en un
cuartel de Rangún
(Foto A.R.).
La academia en la que Orwell aprendió los métodos policiales del colonialismo está en la esquina sur este del palacio de Mandalay. Hoy es una comisaría blanca bajo los tamarindos en la que luce un curioso letrero: "Estamos para ayudarle". En realidad, la policía y el ejército son tan corruptos que nadie acude a los agentes, ya que sólo piensan en ayudarse a sí mismos.

Aunque no son tan odiados y temidos como los soldados, los esclavos verdes, como el pueblo les llama. Los pocos que tienen coche (copias baratas de marcas japonesas o coreanas) deben conducir con unos cuantos billetes en las manos y pagar en los innumerables controles que jalonan las carreteras.

Tampoco es difícil dar con su destino en el delta del río Irrawaddi, o el club inglés de Maymyo, la ciudad cercana a Mandalay en la que Orwell y su amigo Roger Beadon jugaban al tenis, con sus casas victorianas y el cementerio inglés de tumbas saqueadas. Hoy sólo es un jirón de memoria colonial, algo que los militares han intentado borrar cambiándole el nombre al país, a las ciudades, a las calles. De Birmania a Myanmar, como 1984 pasa de Inglaterra a la Franja Aérea 1.

Farsa electoral
Después de haber anulado las elecciones de 1990, en la que Suu Kyi venció con un 78% de los votos, los militares han preparado un simulacro electoral para el día 1 de abril en la que han permitido presentarse a La Dama, que nunca será presidenta en esta ocasión aunque gane por goleada. Sólo están en juego un 20% de los escaños parlamentarios. Y un 25% son por ley para los militares.

Aunque sus métodos parecen sutiles a los ojos del turismo, vetado en la mayoría del país, en las carreteras es fácil toparse con partidas de trabajadores forzosos alquitranando carreteras o cultivando arrozales del estado, el gigantesco gulag birmano, la creación más terrible de la dictadura que ha convertido en fetiche el número 9. Es decir, la surgida del golpe militar de las 8 del día 8 del mes 8 de 1988, después de asesinar y encarcelar a miles de estudiantes que pedían más democracia.

Pero si hay una cosa que puede considerarse orwelliana es la vigilancia de los ciudadanos con un sistema de informantes y espías que, durante años, ha acabado con la desaparición o vaporización de todo el que cuestiona al régimen. En su libro 'Finding George Orwell in Burma' (Buscando a George Orwell en Birmania), Emma Larkin describe la costumbre de la policía secreta de llevar el reloj en la mano izquierda para que sus propios miembros puedan identificarse y no acabar espiándose entre ellos.

Por no hablar del extenso catálogo de torturas del régimen birmano (ahogamientos, uso de ratas, sopletes, violaciones a las mujeres disidentes...), que dejan en anécdota las que sufre el protagonista de 1984, Winston Smith, a manos del espía O´Brien cuando es reconocido por el Gran Hermano como una gran amenaza para su supervivencia, que es lo que buscan todas las dictaduras del mundo.

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