Su nombre es Than Shwe, aunque prefiere que se dirijan a él por su título oficial: Secretario 1. Jamás ha concedido una entrevista y rara vez aparece en público, pero la mera mención de su nombre provoca un escalofrío en los birmanos.
Empezó como cartero en la Birmania colonial de los británicos, se alistó en el Ejército, se formó en la guerra y se ha enriquecido en el poder. Su orden de liberar el pasado sábado a la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi no supone que vaya a hacer lo mismo con su pueblo. La dictadura corre por sus venas.
Desde su ascensión al poder en 1992, siguiendo la tradición de gobiernos militares en Burma, Than Shwe ha dinamitado las pocas esperanzas de democratización del país.
Miembros moderados del Gobierno han sido destituidos o encarcelados. El número de presos políticos se ha multiplicado. ¿Dictadura? El general prefiere llamarlo "democracia disciplinada".
El déspota birmano, de 77 años, ha tratado en los últimos tres años de legitimar su monopolio del poder con una serie de reformas internas. Se ha aprobado una nueva Constitución y se han celebrado elecciones en las que la Liga Nacional para la Democracia (LND) de Suu Kyi no ha participado.
El resultado, anunciado la semana pasada, no ha sorprendido a nadie: los militares arrollaron, copando un nuevo parlamento en el que Than Shwe ya se había reservado el 25% de los asientos y derecho de veto sobre cualquier decisión.
Los militares de este país que ellos mismos rebautizaron como Myanmar en 1989 se aferran a un poder del que depende una élite creada a su alrededor. Todos los negocios más prósperos del país están en manos de los uniformados, sus familiares o sus amigos.
El Tatmadaw, las fuerzas armadas, forma una capa social propia: sus miembros juegan al golf en los mismos clubs, casan a sus hijos entre ellos y viven en las suntuosas mansiones que se han construido en los mejores barrios. "Ni siquiera tratan de disimular lo que roban", dice Aye, un joven vendedor ambulante, señalando las gigantescas casas de uno de los barrios para ricos situado junto a la carretera del aeropuerto de Rangún.
La imagen del dictador, ya deteriorada por la represión, sufrió el golpe definitivo con la boda de una de sus tres hijas en 2006. El vídeo de la celebración, colgado en Youtube, muestra la decadencia del régimen en todo su esplendor.
La novia luce un collar llenos de grandes diamantes, el champaña más caro corre sin mesura y los invitados entregan regalos, que incluyen coches deportivos y joyas, por un valor total de más de 30 millones de euros. Y todo, en un país que los generales han reducido a los niveles de desarrollo del África subsahariana.
Pero algo más que el dinero mueve al Secretario 1. El tirano birmano es un hombre supersticioso que ha puesto a su avión oficial el nombre de Elefante Blanco, en honor a una rara especie de paquidermo históricamente relacionada con la buena fortuna, según la revista disidente Irrawaddy.
En 2005 ordenó trasladar la capital birmana a Naypyidaw, en mitad de la jungla, aparentemente tras recibir indicaciones de su astrólogo de que el cambio alargaría su reinado.
Miles de funcionarios han sido trasladados desde entonces contra su voluntad a la nueva ciudad, donde el general se ha construido un inmenso bunker, un campo de golf, una zona residencial de lujo para los principales mandos del Ejército y tres inmensas estatuas de los antiguos reyes birmanos Anawrahta, Bayinnaung y Alaungpaya.
"Él es el cuarto. En su megalomanía, cree que pasará a la historia como el líder que transformó Birmania", asegura K., un periodista local.
Los birmanos no parecen dispuestos a desafiar al líder supremo. La última vez que lo hicieron, en la revuelta organizada por los monjes budistas en 2007, Than Shwe mandó a Rangún a su batallón más fiel y sanguinario y masacró a decenas de personas desarmadas.
La única persona que se ha atrevido a enfrentarse directamente con él ha sido la disidente Aung San Suu Kyi, una mujer de la que se dice no puede escuchar su nombre sin enfurecerse. La disidente ha pagado su oposición pasando 15 de los últimos 21 años bajo arresto domiciliario, hasta su liberación el pasado sábado.
La Dama, como la conocen los birmanos, se ha convertido en el único obstáculo en los planes del general. No puede eliminarla porque es hija del héroe nacional Aung San, asesinado en 1947 después de haber avanzado la independencia de los británicos. Tampoco expulsarla: se niega a marcharse. Y los años de detenciones no han logrado borrarla de la memoria del pueblo: sólo agrandar su leyenda.
Los birmanos sienten tanta adoración hacia Suu Kyi como desprecio hacia el modesto cartero que llegó a déspota. Ambos se han desafiado a su manera -dulce determinación ella, represión él- en un pulso que vuelve a estar en la calle. En silencio, los birmanos suspiran por la victoria de la mujer que osó oponerse al Secretario 1.
Visto en El mundo.
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