Con aspecto frágil, adornado por el carisma, retoma la lucha por la democracia, tras su liberación.
No pasa de los 1,66 metros de altura y come tan poco, está tan delgada, que ningún hospital le permitiría donar sangre. Tiene 65 años, camina despacio, a pasitos cortos, y la salud le ha dado varios sustos.
A simple vista, resulta complicado entender que esta señora inofensiva se haya convertido en la gran obsesión de la Junta Militar, el grupo de generales que gobiernan Birmania desde 1962.
Sin perder la sonrisa, Aung San Suu Kyi, a quien la mayoría de los birmanos conocen simplemente como 'La Dama', pasó 15 de los últimos 21 años bajo arresto domiciliario, castigada por su activismo político. El sábado, volvió a las calles de Rangún para luchar por su causa.
Su aspecto de fragilidad se desvanece cuando agarra un micrófono delante de un grupo de seguidores: los ojos se le encienden y se le acelera el habla. Es capaz de conectar con su auditorio -joven o adulto, asiático u occidental, rico o pobre- gracias a un carisma electrizante, que ha cautivado también a los extranjeros que se han entrevistado con ella desde que se convirtió en un personaje público internacional.
Ayer, menos de 24 horas después de ser liberada, ya estaba de nuevo en la calle haciendo ante unas 5.000 personas lo que mejor se le da: canalizar las ansias de libertad de su pueblo y promover la "resistencia pacífica".
Su país está desangrando por el despotismo y la corrupción del régimen. En 1962, cuando los militares llegaron al poder, se llamaba Birmania y era una de las más prometedoras democracias poscoloniales. Hoy, la dictadura insiste en denominarla Myanmar y es la nación más pobre de Asia, con una renta per cápita inferior a la de Haití.
A diferencia de otros pueblos sometidos a dictaduras en Asia, los birmanos son perfectamente conscientes de dónde viven, pero el control obsesivo de la Policía, la virtual supresión de la enseñanza universitaria, el espionaje, la encarcelación de disidentes (actualmente hay más de 2.000 presos) y la censura hacen muy cuesta arriba a la población asociarse para luchar por sus derechos. Y ahí es dónde entra en juego 'La Dama'.
Hija del 'padre de la patria'
Aunque es hija del "padre de la patria birmana", Aung San Suu Kyi entró en política casi por casualidad. Tras una niñez convulsa, durante la que vivió la muerte de su padre y de su hermano de 10 años, pasó varios años viviendo en el extranjero.
Su carrera académica fue brillante: estudió en Nueva Delhi y en Oxford, trabajó en la ONU en Nueva York, se casó con un profesor británico y terminó un doctorado en la Universidad de Londres.
En 1988, volvió a Rangún para hacerse cargo de su madre, viuda y enferma. Al aterrizar, se encontró un país en ebullición, que luchaba por sacudirse el yugo de la dictadura militar, cuya fórmula de gobierno hacía ya tiempo que se había agotado y que estaba degenerando hacia el régimen corrupto y criminal en el que se convirtió después.
De la mano de amigos de la familia, Aung San Suu Kyi entró en contacto con los líderes de las protestas estudiantiles y decidió unirse a ellos. La recibieron con los brazos abiertos y no tardó en convertirse en el símbolo que necesitaba la resistencia.
Además de bella, brillante y trabajadora, era la hija de uno de los principales héroes nacionales. En las grandes ciudades se enamoraron de su leyenda en un tiempo récord y la prensa internacional terminó de consagrar su imagen de heroína. Antes de que se diera cuenta, se había convertido en la figura clave de la oposición democrática.
El 8 de agosto de aquel año, los militares aplastaron a sangre y fuego una marcha pacífica convocada por estudiantes y secundada por decenas de miles de personas.
Dieciocho días después, Aung San Suu Kyi consiguió reunir en señal de protesta a cerca de medio millón de personas frente a la famosa Pagoda Shwedagon, el monumento más impactante de Rangún, una verdadera montaña de oro que puede verse desde casi toda la ciudad.
A los pocos días, junto con varios colaboradores, formó la Liga Nacional para la Democracia (LND), el único partido que, desde entonces, ha dado batalla real a los generales.
'La Dama' introdujo en sus discursos la filosofía pacifista del indio Mahatma Gandhi, que después aliñó con la oratoria efectista que adquirió trabajando en el mundo anglosajón y con el uso de la dignidad personal que aprendió en su casa. "Cuando un hombre no tiene un arma en la mano, no le queda más remedio que utilizar la inteligencia y la compasión para encontrar una solución", dijo en una ocasión.
Su frase más conocida, en todo caso, la pronunció en un ya famoso discurso: "No es el poder lo que corrompe sino el miedo. El miedo a perder el poder corrompe a los que lo tienen y el miedo al azote de quienes lo ostentan, corrompe a quienes están sometidos".
Aung San Suu Kyi ha demostrado muchas veces que sabe sobreponerse a ese miedo del que habla. En 1990, su partido desafió a la Junta Militar y se presentó a unas elecciones con las que, supuestamente, el régimen iba a iniciar la transición a una democracia.
Según los 'biógrafos' de la dictadura, los generales la infravaloraron y aún se lamentan en privado por ello. Tras una impresionante campaña electoral, hablando ante muchedumbres enfervorizadas por todo el país, la LND arrasó al partido oficialista, consiguiendo más de la mitad de los votos y el 80 por ciento de los escaños. Por decisión popular, 'La Dama' acababa de ser elegida Primer Ministro. Mientras tanto, el partido de los militares apenas recolectó un humillante 2 por ciento.
La respuesta de los generales fue fulminante: anularon los resultados y condenaron a Aung San Suu Kyi a arresto domiciliario, en su casa familiar frente al lago Inya, un lugar del que ya sólo saldría en contadas ocasiones, durante periodos más o menos largos de "libertad condicional".
La senda del sacrificio
En todo ese tiempo, 'La Dama' ha tenido que renunciar a muchas cosas: a estar con sus dos hijos, por ejemplo, o a acompañar a su esposo en sus últimos momentos de vida. El británico Michael Aris murió de cáncer sin que la Junta autorizara un último abrazo con su mujer.
Con la puerta de salida siempre abierta, Suu Kyi podría haberse exiliado en cualquier momento, algo que los generales han repetido hasta la saciedad. Pero sabe que si pone un pie fuera del país, nunca la dejarán regresar. Y ha elegido la senda del sacrificio.
Aislada del mundo durante tanto tiempo, ha escrito varios libros, demostrando que el ejemplo de su padre nutre su planteamiento vital y político. Aung San fue el hombre que creó el primer Ejército birmano y negoció la independencia con la Corona británica.
Murió asesinado por rivales políticos cuando su hija era todavía una niña. Los dos primeros nombres de 'La Dama' son herencia paterna, a la que añadió después los de su madre y su abuela, quienes la criaron.
Lo cierto es que los birmanos no utilizan apellidos, sino un solo nombre que además suelen cambiarse a lo largo de su vida. Así, la opositora birmana ha querido siempre lucir todo su linaje en un solo nombre, algo que le ha ayudado a mantener el tipo frente a sus rivales.
Los últimos 20 años de Aung San Suu Kyi están bien documentados. Poco después de ser arrestada por primera vez, ganó el Premio Nobel de Paz en 1991 y con los 1,3 millones de dólares que obtuvo creó un fondo para la educación y la sanidad del pueblo birmano, dos capítulos completamente desatendidos por el régimen.
El galardón disparó su proyección internacional y sacó nuevamente los colores a los generales. Políticos, diplomáticos e incluso artistas de Hollywood como Jim Carrey, se volcaron a su causa, contribuyendo desde el extranjero con donaciones millonarias, colectas y campañas.
Tampoco le son ajenos los ataques físicos, de los que siempre ha salido ilesa. En el último, protagonizado por una turba enfurecida que atacó la caravana en la que viajaba por el norte del país en el 2003, murieron varios de sus colaboradores. El violento episodio, que nunca fue investigado en profundidad, se utilizó, sin embargo, para volver a enjaularla.
Desde entonces, y hasta el sábado por la noche, no había vuelto a salir, encadenando tres sentencias, todas ellas insustanciales. La última fue especialmente bochornosa: a pocos días de su supuesta liberación, hace casi ocho años, los generales la culparon de haber violado el régimen de aislamiento, después de que un extraño activista con pasaporte estadounidense se coló en su casa, atravesando el lago con unas ridículas aletas y unas gafas de buceo.
Según ha confesado en algunas ocasiones, Aung San Su Kyi ha pasado la mayor parte de su cautiverio leyendo y tocando el piano, acompañada tan sólo de dos ayudantes domésticas y de las visitas puntuales de un médico.
En los últimos años, los militares recrudecieron las condiciones y la aislaron aún más, con una barrera policial situada frente a su casa, para evitar cualquier contacto con el exterior, aunque fuera por gestos.
La barricada desapareció el sábado por la noche y toda Birmania se pregunta cuánto tiempo estará esta vez 'La Dama' fuera de casa. De lo que nadie tiene duda, a estas alturas, es de que esta mujer pequeñita y delgada, que camina despacio y con pasitos cortos, no perderá ni un solo minuto de libertad para incomodar al régimen.
Artículo de Ángel Villarino en El tiempo.
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