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En Sittwe no se duerme, pero se sueña con la paz

sábado, 29 de diciembre de 2012

Sorteando la brecha generacional
en el  campamento para los
desplazados internos de Ma Gyi
Myaing, en Sittwe, Myanmar
occidental.
Hace seis meses Misho, de 55 años, se planteaba una jubilación anticipada. Hoy, todo lo que pide es un techo sobre su cabeza. Ella es una de las decenas de miles de personas cuyas vidas dieron un vuelco cuando, el junio pasado, estalló la violencia entre las comunidades del Estado de Rakhine en Myanmar occidental.

Esa tarde, estaba cocinando y de repente la gente empezó a gritar ¡Fuego! ¡Fuego!” cuenta sobre aquél fatídico día. “Salí corriendo descalza y me corté al cruzar un terreno donde había trozos de cristal. Pasamos la noche en la mezquita. Pensé que me iba a morir de miedo”.

En una noche, esta viuda musulmana perdió el que había sido su trabajo durante ocho años: cocinera y encargada de la limpieza en la casa de una familia de Rakhine. También perdió el puesto de comida que tenía a un lado de la casa, y las gallinas ponedoras que criaba. Hoy en día, todas sus pertenencias se limitan a una manta y una esterilla para dormir, y su nuevo hogar es una tienda de campaña que comparte con su hija en el campamento The Chaung a las afueras de la capital del estado, Sittwe.

Por la noche pasamos frío y no tengo más ropa que ésta”, cuenta Misho antes de reconocer que “tuvimos la suerte de llegar aquí pronto, porque después ya no quedaba más espacio”.

Entre los últimos que han ido llegando se encuentran los que huyeron de las revueltas retomadas en octubre, así como los desplazados internos que habían estado viviendo con familias de acogida que ya no podían seguir manteniéndolos. Los que no han podido entrar en los campamentos existentes han construido refugios improvisados en los bordes de las carreteras.

Como principal organización para la protección, la acogida, la coordinación y la gestión de campamentos en el marco de la respuesta interinstitucional, el ACNUR ha estado trabajando junto con el Gobierno para encontrar terrenos adecuados donde estos grupos puedan construir sus refugios.

La principal prioridad es asegurarse de que todo el mundo tiene dónde cobijarse”, afirmó Maeve Murphy, jefe de la Oficina del ACNUR en Sittwe. “Y mientras se erigen estos campamentos, estamos trabajando con las autoridades para intentar y asegurar que se respetan las normas internacionales, sobre todo en lo referente al alojamiento”.

Además de las tiendas de campaña situadas en Sittwe, este año el ACNUR también está construyendo 263 refugios temporales con paredes de bambú y techos de chapa ondulada. Cada vivienda, a modo de casa comunal, puede albergar a ocho familias.

Kyaw Hla, de 58 años, es el administrador del campamento de Hpwe Yar Kone y vive en una casa comunal, construida por el Gobierno, junto con 20 de sus familiares. Si bien el alojamiento es adecuado, hay otros servicios que escasean en este campamento situado a 45 minutos en coche de Sittwe. A Kywa Ha le gustaría que las raciones de comida se distribuyesen más cerca del campamento, y lamenta que su familia no haya comido carne o pescado desde junio.

Las mujeres de este campamento sostienen que necesitan zonas de aseo adecuadas, material higiénico y ollas para cocinar, pues actualmente toda la comunidad las comparte.

Consciente de que algunos empleados de las ONG muestran reticencias a la hora de trabajar en determinados lugares, dadas las continuas tensiones entre comunidades, Murphy, el representante del ACNUR, afirmó que “solicitamos constantemente mejores suministros de agua, más instalaciones sanitarias con casetas de ducha individuales para las mujeres, así como clínicas móviles para la asistencia sanitaria”.

En otro campamento con alojamientos comunales, llamado Ma Gyi Myaing, se cuenta con los servicios básicos pero a Ngine Saw Htet, un hombre de 61 años, aún le cuesta conciliar el sueño. Se lamenta por su casa carbonizada, de la que tan solo quedan cuatro pilares, y por la pérdida de su comercio dedicado a la recarga de baterías, al que acudían tanto clientes musulmanes como indígenas de Rakhine.

Los primeros diez días no podía dormir”, contaba con el ceño fruncido. “Poco a poco me voy recuperando, pero todavía tengo miedo cuando todo está en silencio. Y me preocupa el futuro. No tengo trabajo, no tengo ingresos. Sin una ayuda financiera no puedo empezar un negocio. Mi familia depende completamente de la asistencia”.

En el campamento de The Chaung, Misho comparte sus mismas preocupaciones. “Paso la mayor parte del tiempo rezando”, dice. “Rezo por regresar a casa lo antes posible, por tener una casa de verdad, segura, por poder trabajar otra vez. Rezo por la paz entre las personas de Rakhine, y vivir en paz con mis vecinos

Artículo de Vivian Tan escrito en Sittwe, Birmania, traducido por la voluntario de UNV Online Mariana La Greca, y visto en la web de ACNUR.

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