La visita de la líder opositora birmana Aung San Suu Kyi esta semana al Reino Unido avivará el recuerdo de la parte más dolorosa de su combate político, las dos décadas pasadas alejada de sus dos hijos, que se quedaron con su padre en este país.
La premio Nobel de la Paz, que lleva a cabo una gira histórica por Europa, celebrará este martes su 67º cumpleaños en Inglaterra.
En 1988, la líder de la oposición birmana tuvo que tomar una decisión crucial: seguir su destino político en Birmania o permanecer en Gran Bretaña con su esposo británico y sus dos hijos.
Suu Kyi eligió su país y pasó la mayoría de los 22 años siguientes en arresto domiciliario, negándose incluso a regresar cuando su esposo estaba a punto de morir porque pensaba que la junta en el poder no le dejaría volver.
Kim, de 35 años, vive en el Reino Unido. Además de visitar varias veces a su madre desde que recuperó la libertad en noviembre, la acompañó en Noruega.
Alexander, de 39, reside en Estados Unidos y al parecer todavía no la ha vuelto a ver, y tampoco está confirmada su presencia en esta ocasión.
La familia casi nunca ha comentado públicamente sobre esta separación.
Pero el periodista Peter Popham, autor de una biografía de Aung San Suu Kyi titulada 'La Dama y el pavo' cuenta que se la describía injustamente como "fría" porque nunca hablaba de sus tormentos.
"Su autocontrol es legendario. Consideraba como una prueba de su voluntad no exponer a nadie su sufrimiento", explicó a AFP.
Tenía también una "muy buena razón política": el régimen birmano la hubiera utilizado para hacerle abandonar el país.
"No es difícil imaginar lo que significó para ella estar separada de ellos año tras año, en completo aislamiento", agregó el periodista, que se reunió con Suu Kyi en dos ocasiones.
Su etapa en la universidad de Oxford, donde debe recibir el 20 de junio un título de doctor honoris causa, antes de dirigirse al día siguiente al parlamento británico, será seguramente la más emotiva del viaje.
Allá estudió, conoció a su marido y fundó una familia.
"Espero que no esté teñido de tristeza", dijo recientemente a la BBC. "Quiero ver a viejos amigos y volver a ver lugares donde fui feliz".
Suu Kyi se casó con Michael Aris, un experto en Tíbet, en 1972. La que sus amigos llamaban simplemente "Suu" llevaba una vida tranquila hasta que todo cambió cuando regresó a su país en 1988 para ver a su madre moribunda.
Durante su estancia, la junta reprimió violentamente unas manifestaciones. En la estela de su padre, héroe de la independencia birmana, endosó el papel de opositora política y decidió quedarse.
Durante los largos años que siguieron sólo vio a su marido y sus dos hijos en cinco ocasiones.
"Como madre, el mayor sacrificio que tuve que hacer fue abandonar a mis hijos", explicó un día a Alan Clements, un exsacerdote budista, en una serie de entrevistas. "Pero siempre guardé en mente la idea de que otros hicieron todavía mayores sacrificios", agregó.
En 1999, Michael Aris, aquejado de un cáncer de próstata incurable, le pidió que no regresara para no dar una victoria a la junta.
Su hijo Kim pasa todavía hoy la mayor parte de su tiempo en Oxford, según sus amigos, y prefiere mantenerse lejos de los proyectores.
La madre lloró la primera vez que se reencontraron y le mostró, tatuado en su brazo, el emblema de la Liga Nacional para la Democracia, su antiguo partido.
Alexander, por su parte, nunca estuvo en Birmania. Pero fue el encargado de pronunciar un discurso en Oslo donde acudió con su hermano a recoger el premio Nobel de la Paz otorgado a su madre en 1991.
"Todo el mundo estaba muy impresionado. Es inteligente y, como Kim, es muy discreto", explicó Peter Popham.
Según el historiador Peter Carey, amigo de su padre, ambos pasaron por "grandes tormentos emocionales".
"Fue muy duro para ellos. Si a uno se le muere la madre, puede terminar por aceptarlo. Pero si uno oye hablar de ella, sin poder verla o hablarle, es un infierno", agregó.
Visto en AFP.
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