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Padaung: la esclavitud de las "mujeres jirafa"

martes, 8 de mayo de 2012

Desde pequeñas, las padaung
son anilladas de forma progresiva.
Después de coger las maletas y subir a un avión, llega el justo el instante en el que el cambio de chip se hace instantáneo y comenzamos a formar parte del ritual que conforma un viaje en busca de lo insólito, persiguiendo el descubrimiento de las raíces antropológicas de las culturas a las que nos aproximamos. En las próximas semanas realizaremos algunos de esos viajes insólitos. Acompáñeme en este recorrido que iniciamos hoy.
 
Nuestro avión aterriza en el aeropuerto internacional Suvarnabhumi en Bangkok, Tailandia, y desde allí cogemos carretera -tenía que llamarla de alguna manera- durante algo más de 14 horas hasta llegar a la frontera norte con Birmania, concretamente hasta la provincia de Mae Hong Son, lugar en el que se encuentran grupos de la etnia Karenni emigrados desde Birmania.
 
Debido a la poca estabilidad política que existe en suelo birmano, la mejor opción es, sin duda alguna, quedarnos en Tailandia. Nuestro objetivo está en establecer contacto con las mujeres padaung, conocidas en todo el mundo por sus enormes anillos de metal colocados en el cuello.
 
Desde niñas, con tan solo cinco años de edad, se les añade espirales que poco a poco van desplazando las costillas y la clavícula. Los hombros se inclinan de forma radical hasta conseguir que el cuello se vea más largo. La colocación del primer aro se convierte en motivo de celebración y festejos en el poblado. La niña recibe largos masajes con un ungüento compuesto por alguna secreta receta que se desconoce aún hoy en nuestros días. Tras ejercitar el cuello moviéndolo en todas las direcciones y relajándolo durante aproximadamente una hora, se procede a la colocación de la pieza de unos diez centímetros aproximadamente. A partir de ese momento, cada dos años se va colocando una anilla más alta.
 
Cuando una mujer llega a la extensión máxima de su cuello, ya no podrá volver a moverlo nunca. Tras infinitas generaciones -se cree que hace dos mil años-, las mujeres padaung han aceptado este ritual como signo de belleza y de orgullo cultural. Dice la leyenda que solo las niñas nacidas en miércoles de luna llena adquieren el “privilegio” de convertirse en auténticas mujeres jirafa, término que a los pocos minutos de estar allí, descubres que no les gusta en absoluto a pesar de que en las guías lo señalan de esta manera. Algunos antropólogos apuntan al concepto místico, y piensan que los aros protegen contra las mordeduras del tigre mientras que otras teorías establecen que las bobinas de metal reflejan el cuello de un dragón. La teoría más extendida es la que se refiere a que esta práctica era utilizada para evitar el secuestro de las mujeres padaung por parte de otras tribus. Lo cierto es que no se conoce el origen exacto de esta tradición aunque en la actualidad se da por bueno que se trata exclusivamente de una cuestión estética.

En medio del circo turístico en el que se ha convertido el lugar, nos sentamos con una mujer anciana que amablemente nos cuenta que se trata de un signo de identidad tribal, asociado a la belleza -mi madre, mi abuela y la madre de ésta los usaron también-. En principio y aunque nos pueda parecer una tortura -para mí lo es-, los aros no serán quitados del cuello de la mujer padaung durante toda su vida. La técnica consiste en ir colocándose aros dorados de alambre y bronce en el cuello.
 
En realidad no se trata de una técnica para alargar el cuello porque físicamente es imposible; lo que se pretende es bajar las costillas respecto a su posición lógica y normal. De esta forma se consigue el efecto de cuello alargado. En principio estos objetos metálicos son vitalicios y una vez puestos no se los quitan nunca, pero podemos ver como algunas mujeres no lo llevan, dejando al descubierto un cuello largo y endeble que denota claros signos de inestabilidad y por qué no decirlo, desagradable a la vista del visitante.
 
¿Por qué hay mujeres que se han quitado la concatenación de aros metálicos? A su llegada a Tailandia después de tener que huir de su patria -Birmania- a causa de las guerras y la persecución étnica, se asentaron en suelo fronterizo y poco a poco han ido viendo como su ancestral forma de vida se ha convertido en una mera atracción turística. Viven en aldeas simuladas en las que para acceder, tenemos que comprar la entrada y pagar un plus para poder fotografiar a estas mujeres. La sensación al llegar allí es la de estar en un circo de varias pistas, esperando para ver el show de unas mujeres que se ven obligadas a subsistir entre la explotación y la aberración. Hay que tener bastante imaginación o haber viajado y leído mucho para empaparse del auténtico valor de una cultura que se diluye de forma irremediable.

Siguiendo el hilo de lo que decía, muchas mujeres ya se están revelando ante esta situación y protestan eliminando el pesado metal que rodea sus cuellos. Otras han eliminado los aros para poder realizarse revisiones médicas; debemos saber que una mujer padaung que elimina las argollas, puede sufrir rotura de cuello ya que al haber hundido la posición de sus costillas, se pierde sujeción y el peso de la cabeza produce dolorosas contusiones.
 
También el gobierno birmano en su afán infructuoso por parecer una nación moderna, obligó a las padaung a eliminar los aros por parecerles un signo de retraso. Nos dice nuestra anciana interlocutora: “Hace algún tiempo se les quitaba los anillos a las mujeres que engañaban a sus maridos como símbolo de castigo y para que vivieran con esa vergüenza”. En aquellos tiempos la sociedad padaung era matrilineal y monógama, aunque pasó a ser polígama cuando la escasez de integrantes se hizo patente. A partir de ese momento el hombre se apoderó de un estatus preponderado en el que la fidelidad de la mujer pasó a ser cuestión de honor para él. Así, si su esposa le era infiel, se le castigaba con la retirada de la espiral de aros, dejándolas incapacitadas para sujetar su cabeza -debido a la atrofia de los músculos del cuello-. Estas mujeres se veían así obligadas a resignarse a vivir en una cama o a caminar sujetando la cabeza con sus propias manos.
 
Antes de abandonar el poblado, nos fijamos en un pequeño grupo de mujeres que sacan lustre a los aros -algunos de ellos con piedras preciosas incrustadas-. Hay que limpiarlos un par de veces al día para evitar que el sudor y el polvo produzcan heridas e infecciones en el cuello.
 
Atrás dejamos este recóndito lugar, morada de una de las costumbres étnicas más insólitas. 
 
Visto en Diario de avisos.

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