Siempre sale el sol. Siempre. Indefectiblemente. Aun después de noches largas y difíciles. Y del horror de la violencia. Esa es seguramente la sensación que prevalece hoy en los periodistas y en la prensa independiente en Myanmar -la antigua Burma- que fuera rebautizada por los militares durante su dictadura que incluyó el clásico intento autoritario de "re-escribir" la historia del país. Típico de las dictaduras, con o sin uniforme.
Hablamos de casi medio siglo de anestesiar incesantemente las ideas. De 48 largos años durante los cuales quien quería publicar algo por escrito debía -previamente- someter su manuscrito a una oficina de "Verificación y Registro de la Prensa", dependiente del "Ministerio de Información". Rigurosamente.
Allí funcionaba la censura. Permanentemente y sin excepciones. Bajo la dirección personal de Tint Swe, que operaba con unos cien funcionarios a sus órdenes, en su mayoría mujeres, encargados de verificar esmeradamente absolutamente todo.
Nada escrito veía la luz, sin antes ser revisado por los encargados de la censura, que marcaban con un proverbial lápiz de color rojo vivo aquellos párrafos que, en cada caso, por su contenido, debían eliminarse si es que el libro o documento no era directamente prohibido, en cuyo caso no podía publicarse. Estaba vedado, más que censurado parcialmente.
Insólitamente, hasta las páginas amarillas de las guías telefónicas locales eran prolijamente revisadas antes de ser distribuidas masivamente. Sin embargo, nunca se pudo, en Myanmar, domesticar a los medios electrónicos o digitales. No es fácil. Por allí escapaban frecuentemente las ideas al control del Estado.
Para algunos, como Thomas Fuller, del New York Times, el mencionado Swe era simplemente un "torturador literario". Y lo era. A personajes como Hugo Chávez o Rafael Correa, les gustaría seguramente poder contratar a Swe, ahora que se ha quedado prácticamente sin trabajo. Aunque lo cierto es que el propio Swe (un militar retirado) fue advirtiendo y admitiendo a lo largo de su dilatado empleo la futilidad -e inconveniencia- de la censura, de la que él mismo era paradójicamente el instrumento central. Y por ello flexibilizando su rol, razón por la cual presumiblemente quizás no sería del todo "apto" para asumir un cargo similar en un escenario "bolivariano".
Con la apertura política recientemente puesta en marcha bajo el gobierno civil del ex general Thein Sein, se dejó en libertad a centenares de presos de conciencia, se organizó un Parlamento en el que la voz de la oposición puede escucharse y, en paralelo, se dispuso el fin de la censura a la prensa de Myanmar.
Salió el sol, entonces. Llegó la hora de la libertad. Así lo acaba de anunciar el propio Tint Swe, en un escueto comunicado.
Recurriendo a la censura como instrumento de uso diario, los militares de Myanmar disimularon sus fracasos y se ensalzaron constantemente. Además, ocultaron la ola de enorme corrupción que infectara a su administración. Como sucede habitualmente en todas las circunstancias en las que se cercena la libertad de opinión, lo que no sucede sin motivos.
De ese modo se desfiguró el alzamiento pacífico de los monjes budistas de Myanmar, en 2007, y su salvaje represión, plagada de violaciones a los derechos humanos de los religiosos y de sus partidarios. También se ocultó la obvia ineficacia pública cuando fue necesario atender las devastadoras consecuencias humanas del ciclón Nargis, el año siguiente. Y se disimularon los efectos -perniciosos y regresivos- del aislamiento de una nación del resto del mundo.
La salida del régimen de censura fue -sin embargo- lenta y progresiva. Comenzó a mediados del año pasado. Avanzó de alguna manera por etapas. O por capítulos, más bien. Primero, se eliminaron de la censura los temas de la niñez, la salud y los deportes. Los temas que, en cambio, recién se abrieron al final del tránsito hacia la libertad fueron los más sensibles: los referidos a las cuestiones políticas y a los temas de índole religiosa, visto la larga y tozuda (aunque ciertamente desigual) resistencia de los religiosos budistas de Myanmar al autoritarismo militar.
La libertad de opinión, pese a los pasos dados, no es total. Para publicar un diario o una revista se necesita todavía una "licencia previa", que debe emitir el Estado. Ella ha sido utilizada en el pasado como filtro y nada permite asegurar que no vuelva, de pronto, a ser un instrumento de censura. Ocurre que en un ambiente de fragilidad política, pese a la trascendencia de lo sucedido, la posibilidad de una repentina regresión no puede descartarse, al menos todavía. Es demasiado pronto..
Visto en La nación.
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