Cada año, 1,39 millones de personas, en su gran mayoría mujeres, son sometidas a la esclavitud sexual. La periodista y escritora mexicana Lydia Cacho ha dedicado cinco años a trazar el mapa de esta lacra contemporánea para su libro 'Esclavas del poder' (Debate). De los prostíbulos turcos a las ceremonias sexuales de los 'yakuzas' japoneses, pasando por los oscuros 'desfiles de modas' de Myanmar. En este personalísimo texto exclusivo para 'El País Semanal' relata algunas de las historias que vivió en su periplo.
Myanmar (Birmania). Quedarse en Myanmar como periodista no es una buena idea; tomé la decisión de hacer las entrevistas con gran sigilo, puesto que la dictadura militar arresta y tortura a quienes pretenden difundir las violaciones de los derechos humanos. Estaba en Tailandia cuando preparaba mi viaje hacia Myanmar: la manera más sencilla de entrar sería subiendo hasta Sawngthaew, en la región tailandesa de Mae Sot, y luego cruzar Mae Nam Moei. Para entrevistar a mis contactos en Myanmar necesitaba quedarme al menos dos días, lo que representaba un serio problema, porque cruzar el puente desde Mae Sot implicaba entrar con un visado especial cuyo costo es de 11 dólares y condiciona el regreso a Tailandia ese mismo día por la tarde. Los soldados que fungen como agentes de migración del pequeño puesto de Myanmar retienen tu pasaporte a cambio de un recibo. Tenía que buscar la manera de quedarme más días sin ser detectada por las autoridades. Para ello debía lograr dos cosas: primero, que las autoridades tailandesas del puente no sellaran mi pasaporte de salida, y después, que las de Myanmar tampoco lo sellaran de entrada. La idea era volver a Tailandia unos días después con mi pasaporte en la mano y la evidencia de la corrupción de los agentes de migración. Naturalmente, por motivos de seguridad, en Asia viajaba con visado de turista. Entregué mi itinerario a mis contactos locales y a mis amigos de la OIM, por si acaso.
¿Qué tan difícil sería cruzar la frontera de un país cuya severa dictadura militar está vinculada con el crimen organizado y la trata de mujeres? Necesitaba hacerme acompañar por alguien capaz de llevarme a Mae Sot para desde allí cruzar el llamado puente de la Amistad. Afortunadamente, logré contactar con un hombre que unos colegas me habían recomendado. Por la maniobra tendría que pagar 250 dólares estadounidenses: 50 para él, 100 para los soldados del puesto migratorio tailandés y 100 para los myanmas que me permitirían entrar sin visa y sin quitarme o sellarme el pasaporte. La misma suma me costaría regresar sana y salva a Tailandia con un primo de mi contacto, que me conduciría de vuelta a Mae Sot. La orden fue sencilla: yo no hablaría y entraría con un grupo de siete turistas regionales acompañados por Tomy, el guía, al que entregué los 250 dólares.
La oficina migratoria del lado tailandés es bastante más moderna. Allí Tomy hizo el trámite en menos de diez minutos y pasamos como si tal cosa. Cruzamos los 420 metros del arco del puente de la Amistad. Tuve que gastar otros 200 dólares: el Gobierno de Myanmar exige a todos los turistas que cambien esa cantidad por dinero oficial, no es opcional. En febrero el clima es caluroso, pero soportable. Esa mañana estábamos a 36 grados. Tomy hizo sus trámites y entramos finalmente, mis manos sudaban copiosamente. Parecido a los mercados mexicanos, Mae Sot es ruidoso, y circulan mujeres y hombres con vestidos tradicionales. Los turistas se mezclan entre los defensores de los derechos humanos que viven en la frontera y tienen mayor acceso a la realidad myanma sin correr tanto peligro. No obstante, de vez en cuando hay enfrentamientos de soldados de la junta para arrestar a quienes pretenden obtener información del país. Éste es el centro del mercado negro entre myanmas, chinos, tailandeses y karens, una etnia myanma. Allí se intercambian tanto productos legales como ilícitos. Entre pintorescos restaurantes y puestos de artesanías típicas, los vendedores ofrecen desde pasaportes falsos hasta mujeres, niñas o niños en adopción; también hay contenedores de productos chinos que circulan entre los distritos de Mae Ramat, Tha Song Yang, Phop Phra y Um Phang. El puente de la Amistad une Mae Sot con Yawadi, y hacia el oeste la carretera nos lleva hasta las ciudades myanmas de Mawlamyine y Rangún. Desde antes de cruzar el puente hice un poco el papel de turista, compré un pequeño Buda y caminé entre el mercado, abrumada por los vendedores.
Myanmar es uno de los países en los que se puede distinguir con certeza que la trata y la explotación sexual de mujeres es un negocio del Estado, y específicamente del Ejército. Con una cautela extraordinaria, mi contacto y yo nos encontramos en un monasterio con las activistas que han consignado los casos de cientos de víctimas. La limpieza étnica exacerbada por los ataques de la dictadura militar ha producido masacres, particularmente de mujeres de las etnias karen, mon, shan y rohingya (grupo étnico musulmán). Miembros del Ejército han creado campos de esclavas sexuales secuestrando a cientos de niñas y adolescentes de origen shan y mon.
En 2006, el comandante Myo Win ordenó a 15 pueblos del distrito de Ye la entrega de dos jóvenes por aldea. Debían ser solteras, medir más de un metro sesenta y tener entre 17 y 25 años. Un destacamento de soldados se encargó de recoger a las candidatas hasta completar la participación en lo que los generales describieron como el "pase de modelos" del Día de la Independencia. Las elegidas, todas ellas campesinas del Estado myanma de Mon, fueron conducidas al cuartel y obligadas a desfilar para los militares durante los tres días en que fueron violadas. Cuando volvieron a sus comunidades, nadie se atrevió a preguntar nada.
Según las organizaciones de mujeres, solamente en Rangún hay entre 5.000 y 10.000 mujeres obligadas a ejercer la prostitución como medio de subsistencia. Mientras los refugiados de Myanmar buscan protección fuera de su país a causa de la represión y la guerra étnica, se ha generado una gran tensión política con Tailandia, cuyo Gobierno sigue firmando acuerdos comerciales con la dictadura a pesar de que ambos países no han podido resolver una antigua pugna territorial.
En Tailandia hay 74.000 mujeres myanmas viviendo en campos de refugiados, y se calcula que entre 800.000 y 1,5 millones de personas huyen de Myanmar hacia otros países en los que son explotadas y tratadas como esclavas. La Coalición contra la Trata de Mujeres (CATW, por sus siglas en inglés) informa de que 200.000 mujeres y niñas de Myanmar han sido traficadas a Karachi (Pakistán) para ser vendidas como esclavas sexuales y para la mendicidad. El Banco Asiático de Desarrollo ha informado de que el 25% de las adolescentes forzadas a la prostitución en Myanmar son portadoras del VIH y muchas ya han desarrollado el sida. Sin servicios de salud, seguramente morirán pronto.
Darle la vuelta al mundo recorriendo fronteras por aire, tierra y mar me hizo comprender las verdaderas implicaciones de la corrupción y las facilidades que provee para el crimen organizado y el tráfico de personas. Para decirlo en pocas palabras: Myanmar es un campo de exterminio de mujeres. Si el país logra liberarse de la junta militar y transitar a la democracia, una vez que los medios muestren la realidad, el mundo se horrorizará ante esto. Myanmar se ha convertido en un paraíso del crimen organizado especializado en drogas y esclavitud humana.
En Myanmar se han creado negocios de entretenimiento dedicados a los desfiles de modas; sin embargo, estos constituyen máscaras como las que utilizan en otros países asiáticos con los clubes de karaoke, que no son más que sitios que ocultan la trata de mujeres para fines de prostitución forzada. Después de dos días regreso a Tailandia con el primo de mi guía. Mis libretas, la grabadora y mi pequeña cámara nunca tendrán el poder para revelar la verdadera profundidad del dolor humano que se descubre en la mirada apasionada de quienes creen en la libertad propia y ajena y están dispuestos a dar la vida por ella.
Resumen del reportaje "Las cloacas del comercio sexual", publicado en El país semanal, extraído del libro "Esclavas del poder", de Lydia Cacho, publicado por Debate.
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