La Constitución de 1974 constituyó el Estado Rakhine, que englobaba toda la provincia de Arakan. No es que en la dictadura de Ne Win los estados de la Unión gozasen de mucha autonomía. Con su creación, Ne Win les pasaba la mano por el lomo a los rakhines y, de paso, supeditaba a los rohingyas del norte de Arakan a Sittwe.
La Constitución de 1974 sólo fue el comienzo. La Emergency Immigration Act del mismo año exigió que todos los birmanos tuvieran un certificado de registro nacional, pero a los rohingyas se les dotó únicamente de cartas de registro de extranjeros que muchos empleadores no aceptaban y que les vedaban el acceso a algunos servicios.
En 1978 Ne Win lanzó la Operación Naga Min para expulsar a los inmigrantes ilegales de Arakan. El ACNUR estimó en más de 200.000 las personas que fueron expulsadas a Bangladesh, ciudadanos y no ciudadanos confundidos, que Ne Win no se detenía en esas minucias. Es más, en un ejercicio de cinismo que habría sonrojado al propio Goebbels, el Gobierno birmano afirmó que “19.457 bengalíes huyeron para escapar al examen, ya que no tenían los papeles de registro adecuados.” Manda huevos: dividen la cifra de expulsados por diez y les niegan su identidad.
Bangladesh, que bastante tiene con sus propios problemas de superpoblación, denegó los alimentos a los refugiados a ver si así se volvían a Birmania. Un informe del ACNUR dice que hubo más de 12.000 personas que murieron de hambre. Muchos de los expulsados fueron repatriados a la fuerza a Birmania.
En 1982 Ne Win promulgó una nueva Ley de Nacionalidad muy estricta. Para ser birmano debía pertenecerse a un grupo étnico que se hubiese asentado en el territorio birmano antes de 1823. El Estado se arrogaba el derecho de determinar qué grupos étnicos tendrían la consideración de nacionales. La Ley distinguía entre ciudadanos, ciudadanos asociados y ciudadanos por naturalización. Los ciudadanos eran aquéllos cuyos antepasados estaban en Birmania antes de 1823; los ciudadanos asociados, aquéllos que habían adquirido la nacionalidad en virtud de la Ley de Nacionalidad de la Unión de 1948 y los ciudadanos por naturalización quienes la adquiriesen a partir de ese momento. La Ley es muy enrevesada y deja muchísimo margen al arbitrio del administrador de turno. Uno puede preguntarse cuántos birmanos, sobre todo de los pertenecientes a las minorías étnicas, estaban en condiciones de entender la Ley y de aportar los documentos necesarios. En todo caso el Gobierno birmano dejó claro que los rohingyas no entraban dentro de la categoría de los grupos étnicos nacionales. Y para dar una vuelta de tuerca más, el Gobierno realizó un censo al año siguiente en el que no contó a los rohingyas, privándoles de nacionalidad por la vía de hecho.
En 1991 se produjeron nuevas expulsiones de rohingyas. Entre 250.000 y 300.000 fueron los afectados en esta ocasión. Las fuerzas del Ejército birmano se comportaron con bastante brutalidad, quemando aldeas y cometiendo asesinatos. Bangladesh puso la misma cara de culo que en 1978. Estableció unos raquíticos campos de refugiados que más que para alojarlos estaban para mandarles el mensaje de que no eran bienvenidos y que se volvieran.
Quitando a unos 20.000 que se quedaron en los campos, el resto fueron repatriados por las buenas o por las malas en los años siguientes. En 1994 el ACNUR estableció una pequeña presencia en Arakan, tras lo cual a los retornados se les empezaron a expedir Carnés de Registro Temporal, que concedían derechos de empleo y de circulación limitados en Arakan Norte. No fueron sólo el empleo y el movimiento los que se les dificultaron; también se les pusieron trabas al matrimonio. Un rohingya necesita tantos costosos papeleos para contraer, que encontrar a su media naranja es el menor de sus problemas a la hora de casarse.
La dictadura militar podía no sentir ningún cariño por los rohingyas. Lo preocupante es que el movimiento prodemocrático birmano como poco los ignoraba. Ya fuera por los prejuicios históricos que habían existido o porque la propaganda antirohingya del régimen había calado, el caso es que los derechos de los rohingyas nunca figuraron en la agenda de los opositores al régimen.
Desde marzo del año pasado Birmania ha iniciado una esperanzadora transición hacia la democracia. Sin embargo, no sólo esto no se ha traducido en beneficios para los rohingyas, sino que han visto cómo la naciente libertad de expresión se utilizaba para difundir mensajes xenófobos y racistas en su contra. Tin Hamhung Htoo, director del Canadian Friends of Burma, declaró que los rohingyas eran los restos del movimiento muyahidin del oeste de Birmania que habían intentado obtener la nacionalidad después de que fracasase su jihad; en honor a la verdad hay que reconocer que su organización le obligó a retractarse. El Burma Democratic Concern, basado en el Reino Unido, afirmaba en su página web que había que desplegar tropas en el norte de Arakan para “proteger las vidas de la minoría arakanesa budista birmana que está viviendo en medio de los bárbaros que se autodefinen como musulmanes bengalíes rohingyas.” Dos de los medios más populares en la nueva Birmania son el “Weekly Eleven” y el “The Voice Weekly” han hecho cualquier cosa menos informar de la cuestión con objetividad. Sus fuentes de información son unilaterales, siempre rakhines budistas y la visión que presentan del conflicto es la de musulmanes bengalíes agrediendo a indefensos rakhines budistas y albergando siniestras intenciones yihadistas y secesionistas.
Que la prensa utilice de esta manera torticera la recién recuperada libertad de expresión es triste. Pero todavía lo es más la actitud que algunos líderes democráticos han adoptado frente a la cuestión rohingya. El líder estudiantil Ko Ko Gyi ha pasado los últimos cuatro años y medio en la cárcel, de la que fue liberado el pasado enero. Refiriéndose a la situación en Arakan, Ko Ko Gyi se refiere a los rohingyas como a bengalíes que deberían ser expulsados y dice que son los rakhines budistas los acosados y los que se están viendo obligados a abandonar sus hogares. Hasta Aung San Suu Kyi, Premio Nóbel de la Paz y todo un símbolo de la democracia, ha hablado del conflicto con una tibieza decepcionante en una persona caracterizada por su coraje. Más que la Aung San Suu Kyi de toda la vida, parecía un político español cogiéndosela con papel de fumar para hablar de la corrupción.
Los últimos sufrimientos de los rohingyas se iniciaron el pasado junio, después de que la violación y asesinato de una mujer budista por musulmanes hubiera desencadenado las tensiones comunales en Arakan. Ha habido asesinatos, poblados quemados y al menos 75.000 personas desplazadas, en su mayoría rohingyas. En esta ocasión los ataques antimusulmanes incluso han alcanzado a los kaman que, a diferencia de los rohingyas, sí que son considerados como una etnia nacional.
A diferencia del pasado, el Gobierno birmano en esta ocasión ha adoptado una actitud más moderada y no ha atizado las llamas del resentimiento anti-rohingya, aunque en todo momento ha dado la sensación de estar desbordado por la situación. El Gobierno estableció en agosto una comisión de investigación con un amplio mandato para estudiar las causas de la violencia y realizar recomendaciones para frenarla. La composición de la comisión es muy amplia. Incluye a líderes religiosos musulmanes, cristianos, hindúes y budistas, a académicos, a opositores como Ko Ko Gyi, pero, irónicamente, no incluya a ningún rohingya.
Lo irónico es que las mismas reformas liberalizadoras que está propulsando el Presidente Thein Sein puede que hagan más difícil gestionar la crisis rohingya que en el pasado. Imponer sus soluciones por la vía de la fuerza como hacía Ne Win, ya no es una opción. Lo malo es que el sentimiento mayoritario entre la mayoría birmana y entre los rakhines budistas es que habría que expulsar a los rohingyas que son meros inmigrantes bengalíes. Peor todavía es que, en un momento en el que Birmania necesita toda la ayuda que pueda allegar de la comunidad internacional para salir de la crisis humanitaria en la que le dejó la junta militar, la Organización para la Cooperación Islámica ha puesto a Birmania en el punto de mira por el tratamiento dado a los rohingyas.
Continuará, me temo...
Tercera y, de momento, última parte de un extenso e interesante artículo de Tiburcio Samsa en su blog, Asia, Buda y rollitos de privamera.
También hemos publicado la primera y segunda partes.
También hemos publicado la primera y segunda partes.
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