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Un popular cómico birmano languidece en una mazmorra por mofarse del régimen

viernes, 11 de febrero de 2011

Zarganar, el humorista más famoso de Birmania y azote de la Junta Militar por sus burlas y chistes hasta que el régimen le encarceló casi de por vida, protagoniza un nuevo documental rodado con una cámara secreta y que fue estrenado anoche en Bangkok.

"La cárcel en la que vivo" (The Prison Where I Live) ilustra el drama de este cómico, al que los generales hostigaron por su perseverante lucha a favor de los derechos humanos y la democracia y ahora cumple una condena de 35 años de prisión por su activismo.

El film está dirigido por el británico Rex Bloomstein, quien viajó al país en 2007 para rodar otra película y conoció casualmente a Zarganar, su apodo, que significa "tenazas" en birmano.

"Estudié para ser dentista, pero eso fue hace tanto tiempo que prácticamente no me acuerdo. Ahora prefiero ser como unas tenazas que arrancan el miedo que siente el pueblo", explica el comediante en una de las primeras escenas.

Zarganar, de 50 años, siempre ha vivido bajo la dictadura de los uniformados, pero afirma que no les guarda rencor.

"No me dejan actuar, prohíben mis obras y ni siquiera me puedo subir al escenario, pero no odio a los militares. Mi enemigo debe ser mi amigo", indica mientras se limpia con un paño el sudor de la frente dentro de su pequeño apartamento de Rangún, donde no podía encender el ventilador porque le cortaban la electricidad cada vez que recibía alguna visita.

Bloomstein le ve más como un símbolo de la esperanza del cambio que anhelan la mayoría de los birmanos.

"Su papel es de altavoz para el pueblo. Hagan lo que hagan, jamás podrán acallar su voz o su espíritu porque es fuente de inspiración para demasiada gente", señaló a EFE el realizador tras el estreno anoche en Bangkok.

El prolífico actor, director, escritor y sobre todo mordaz humorista fue tolerado por el régimen hasta finales de los ochenta, cuando se atrevió a criticar al general Ne Win, espoleó con su sátira las protestas estudiantiles de 1988 e hizo campaña a favor de Aung San Suu Kyi en las fallidas elecciones de 1990.

Consciente de su enorme popularidad pero irritada por su descaro, la Junta Militar le encerró durante casi un lustro en la siniestra prisión de Insein, y tras ponerle en libertad empezó a restringir su actividad artística.

Poco a poco, Zarganar se fue quedando sin vías para hacer llegar su humor irreverente a los birmanos.

Los matones gubernamentales intimidaron a productores de teatro para que no representaran sus obras, prohibieron sus películas y cerraron las revistas que publicaban sus artículos para intentar silenciarlo y borrar su nombre de la memoria colectiva.

El humorista no se dejó amedrentar, y en mayo de 2008 no se quedó de brazos cruzados cuando el ciclón Nargis arrasó el delta del río Irrawaddy y causó casi 140.000 muertos en el peor desastre natural en la historia de Birmania (Myanmar).

Mientras los generales reaccionaban con parsimonia ante la catástrofe y rechazaban la ayuda internacional, Zarganar organizó por su cuenta todo lo necesario para distribuir alimentos a los damnificados sin aguardar la requerida autorización oficial.

Aquella iniciativa humanitaria exasperó a los generales, por lo que fue detenido, juzgado y condenado a una pena 59 años de cárcel -luego reducida a 35- tras ser acusado de transgredir la ley que prohíbe conceder entrevistas a periodistas extranjeros.

Zarganar cumple ahora la condena en una remota prisión situada en el extremo norte del país, alejado de su familia y donde su estado de salud ha empeorado drásticamente por la misma falta de atención médica que sufren los más de 2.100 presos políticos que contabiliza Amnistía Internacional.

Pero los birmanos no le olvidan, pues continúan adquiriendo las cintas y DVDs de sus actuaciones en cine, radio y televisión que se venden de tapadillo en los mercados.

En el documental, Bloomstein regresa a Birmania acompañado por el cómico alemán Michael Mittelmeier, quien compara la opresión de la Junta con el nazismo y a los espías e informantes del régimen con la Stasi, la temida policía política de la antigua Alemania Oriental.

"Se puede aplastar un cuerpo, pero no se puede aplastar un espíritu, un corazón o una mente. Eso es lo que temen", recuerda en el film.

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