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«Veré la democracia en Birmania»

domingo, 26 de diciembre de 2010

Ataviada con una camisa amarilla de bordados y un longyi (falda) azul, Aung San Suu Kyi va descalza. Como la mayoría de los monjes budistas que, envueltos en sus túnicas color azafrán, abarrotan las puertas de la sede de su partido para recoger sus tradicionales donativos anuales. Con el aliciente de que esta vez se los entrega la premio Nobel de la Paz, liberada el pasado 13 de noviembre tras pasar quince de los últimos veintiún años bajo arresto domiciliario.

«Pensábamos que iban a venir unos doscientos y ha acudido un millar», resopla uno de los miembros de la Liga Nacional para la Democracia (LND), desbordado pero satisfecho por el éxito de la convocatoria. Todo un ejemplo de la devoción que los birmanos siguen profesando por Aung San Suu Kyi, icono de la lucha por la libertad en este paupérrimo país del sudeste asiático que dirige con puño de hierro la Junta Militar del general Than Shwe.

La Dama, como popularmente se la conoce, prodiga sus apariciones públicas desde su liberación. Y allá donde va recibe siempre la misma respuesta: unas muestras de cariño y admiración que reflejan el claro rechazo popular a la dictadura militar. La semana pasada, visitó el mercado del General Aung San, el histórico Scott Market de Rangún rebautizado en honor de su padre y héroe de la independencia. En cuanto se corrió la voz de que Suu Kyi andaba por allí, cientos de personas desafiaron al terror que impera en Myanmar (antigua Birmania) y la rodearon para vitorear su nombre. El viernes atendió a los familiares de presos políticos y el miércoles, cuando se reunió con los monjes budistas, ofreció esta entrevista.

-A usted la llaman la Mandela de Asia. ¿Llegará algún día también a ser presidenta de su país?
-Ese no es mi objetivo, sino construir un sistema democrático en Birmania. Cuando haya una democracia real, habrá muchos presidentes que serán elegidos por la gente.

-¿Y cuándo ocurrirá eso?
-Cuanto antes, mejor. Si pudiera ser mañana, mejor que mejor.

Tras salir de su confinamiento, Aung San Suu Kyi ha vuelto a la política. Asegura que no hay líneas rojas que no deba cruzar y que siempre se ha considerado libre. Pero lo cierto es que mide sus palabras porque su partido fue disuelto por boicotear el pucherazo electoral con el que el régimen de los generales se perpetuó en el poder el mes pasado.

«La LND está sobreviviendo como partido político. Las autoridades nos han dicho que nos registremos de nuevo, pero no hace falta porque en su momento ya nos inscribimos según las leyes, así que acudiremos a los tribunales. Tenemos que trabajar en el marco legal vigente. Lo importante es tener apoyo popular, solo así seremos un ente político fuerte».

Vivir de forma simple
Con un marcado acento británico, adquirido en su época universitaria en Oxford, su voz suena quebrada por la tos por los esfuerzos a los que se somete su garganta. «Antes solo podía hablar con mis cuidadoras y con los albañiles que estaban renovando mi casa; ahora tengo reuniones todos los días».

-¿Dónde radica su fortaleza para haber soportado tanto tiempo bajo arresto domiciliario?
-Salvo a mi familia y mis amigos, algunos de ellos encarcelados, no echaba de menos muchas cosas porque puedo vivir de forma muy simple. Además, escuchaba cinco o seis horas la radio, tanto la birmana como el servicio internacional de la BBC, la Voice of America (VOA) y la Democratic voice of Burma antigubernamental (DVB), que emite desde Noruega.

Cuando su marido, Michael Aris, falleció en 1999 no pudo despedirse de él porque la Junta Militar le denegó el visado para entrar en Birmania y ella prefirió no salir por temor a que no la dejaran regresar. A su hijo menor, Kim, le vio hace unos días por primera vez en diez años. Movida por sus pacíficas convicciones budistas, asegura no sentir rencor hacia el general Than Shwe y hasta se ha ofrecido a mediar ante la comunidad internacional para levantar las sanciones que pesan sobre el país.

«No odio a los militares, pero obviamente hay muchas cosas que no me gustan. Además, el mejor servicio que podemos ofrecer al país es abrir el diálogo. Tras la proclamación de una nueva Constitución y las elecciones, quieren aparentar que tenemos una democracia, pero eso no es verdad mientras siga habiendo presos políticos».

-¿Qué cambios ha visto en la sociedad birmana?
-La gente es ahora más valiente que hace siete años. Especialmente los jóvenes, que quieren el cambio. Ahora muchos tienen teléfonos móviles y es difícil cortar la información, que es el primer paso hacia la libertad. Como se comprobó durante la 'revuelta azafrán' de los monjes budistas en 2007, los cambios están llegando y estoy segura de que veré la democracia en Birmania.

Bajo el retrato de su padre, que preside su despacho en la sede de la LND y es una figura venerada en todo el país, Suu Kyi expresa su temor por el riesgo de balcanización de Birmania, fragmentada por numerosas guerrillas étnicas que controlan buena parte del territorio y se financian con el tráfico de drogas.

«Debemos construir un espíritu de unidad nacional porque hay riesgo de guerra con muchos grupos. Lo que ocurrió en Yugoslavia demuestra que no se puede imponer la unidad por la fuerza ni con una dictadura porque no habrá estabilidad».

-¿Y qué le parece que grandes potencias regionales, como China e India, sostengan al régimen con sus negocios en Birmania?
-En todo el mundo los intereses comerciales están por encima de los derechos humanos. Me gustaría tener buenas relaciones con China porque no somos enemigos solo por querer democracia.

-Pero China también tiene entre rejas a su propio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo.
-Los líderes chinos tienen una visión amplia de la política y su actitud no debe ser negativa solo porque soy Nobel de la Paz, ya que los acuerdos comerciales van en beneficio de ambas partes.

-¿Cuáles son los principales problemas de Birmania?
-Una política macroeconómica errónea, un sistema educativo deficiente, la mala atención sanitaria y, sobre todo, la falta de democracia, que lleva a no confiar en el Gobierno.

-Tras el atentado que sufrió en 2003, y en el que pudieron haber muerto hasta 80 de sus seguidores, ¿no teme por su vida o que la vuelvan a detener?
-Hay una posibilidad de que sea arrestada de nuevo porque así ha sido durante los últimos veintidós años. Pero prefiero no pensar en eso y seguir trabajando porque la democracia no caerá del cielo, tenemos que traerla los birmanos.

Visto en Las provincias.

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