¿Será en Myanmar (antigua Birmania) la próxima guerra que sacuda al mundo? Con 135 tribus y ocho grandes etnias que se dividen el territorio, esta paupérrima nación del sureste asiático es un avispero más enrevesado aún que los Balcanes. Los bamar (birmanos) son el grupo hegemónico, pero las minorías suman un 40 por ciento de sus 57 millones de habitantes. Algunas etnias, como los shan (9%), karén (7%), wa (4,5%), mon (2%) y kachín (1,5%), mantienen desde hace décadas guerrillas financiadas por el narcotráfico del «Triángulo Dorado». Con el dinero de la heroína y las pastillas, han erigido en el noreste de Birmania auténticos estados independientes al margen de la Junta militar que dirige el país. Desde 1989 estaba vigente un alto el fuego, pero el Ejército lanzó en agosto del año pasado una ofensiva que aplastó a la insurgencia en la región de Kokang y obligó a 30.000 desplazados a huir a China.
Tras la farsa electoral del mes pasado, los enfrentamientos volvieron a estallar cerca de la frontera con Tailandia, que sufrió un nuevo éxodo de refugiados escapando de los combates. Temiendo otra ofensiva del «Tadmadaw», como se conoce a las tropas birmanas, seis de estos grupos rebeldes han sellado una alianza. «Si nos unimos contra el Gobierno, tendremos el mismo número de fuerzas», anunció recientemente el cabecilla del ejército del estado de los shan, Yawd Serk, quien intenta abrir el diálogo del régimen con las minorías étnicas.
Matanzas asiáticas
Para ello cuenta, entre otros argumentos, con los 20.000 soldados del Ejército del Estado Wa Unido, los 8.000 de la Guerrilla de Kachín y los 5.000 del Ejército Nacional de Liberación Karén, que lucha desde 1948 por la independencia. Dicha insurgencia es la más antigua del mundo y, probablemente, la más castigada por décadas de limpieza étnica que han arrasado 3.000 pueblos y provocado medio millón de desplazados. De los cuatro millones de karén, más de 150.000 viven en la decena de campos de refugiados desperdigados a lo largo de la frontera tailandesa.
Con 40.000 almas, el mayor de ellos es Mae La, que se ha convertido en una ciudad de chozas de madera, sin agua ni electricidad, y calles de tierra que se enfangan cada vez que llueve. Rodeado por alambradas para impedir la salida de refugiados como Thu Lay Paw, una joven que vio como a su abuelo le cortaban el cuello y luego colgaban su cabeza de un árbol, el campo de Mae La es la prueba más evidente de un genocidio silencioso que ya se conoce como el «Darfur de Asia».
En la entrevista que concedió a ABC tras su liberación, la premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, mártir de la lucha por la democracia, alertó del peligro de «balcanización» en Birmania: «Hay riesgo de guerra con muchos grupos, como los karén. Lo que ocurrió en Yugoslavia demuestra que no se puede imponer la unidad por la fuerza ni con una dictadura porque no habrá estabilidad».
El fantasma de una contienda civil se cierne sobre Birmania, cuya Junta militar se mantiene en el poder expoliando sus abundantes y valiosos recursos naturales, como gas natural, petróleo, minerales, madera de teca, jade y piedras preciosas. A cambio de contratos multimillonarios para construir puertos, oleoductos y refinerías, China, la India, Tailandia, Singapur, Malasia y Corea del Sur sostienen al régimen de los generales pese al embargo de EE.UU. y la UE, que solo reciben el 4 por ciento de todas sus exportaciones.
Por el contrario, China ya se ha situado como el primer inversor en Birmania y, junto a la India y Tailandia, copa dos tercios de su comercio internacional. La empresa Italian-Thai Development PCL destinará 6.500 millones de dólares a la construcción de infraestructuras, como un puerto de aguas profundas, y la India otros mil millones para un gasoducto.
Cárcel por contar chistes
Aislada en su búnker de Naypyidaw, la nueva capital levantada en medio de la jungla, la Junta militar ha impuesto el terror en Birmania, donde 2.200 presos políticos se pudren en sus cárceles. Entre rejas hay no solo disidentes, sino también músicos, artistas y cómicos que, como el «Moustache Brother» Par Par Lay, han pagado con la cárcel sus chistes sobre la dictadura.
Para acallar las críticas, el régimen censura internet, donde resulta imposible abrir el correo de Yahoo, y dificulta con precios desorbitados la proliferación de teléfonos móviles.
Al frente de la Junta, el zafio y supersticioso general Than Shwe ha demostrado un gusto por las joyas y los diamantes como bellotas –como se vio en 2006 en el vídeo de la boda de su hija– que contrasta con la pobreza que asuela al país.
La búsqueda de la bomba atómica
Mientras dos tercios de la población malviven con dos euros al día, la Junta escatima gastos en sanidad, educación e infraestructuras para dedicarlos a su programa militar. Según ha desvelado Sai Thein Win, un mayor que desertó en febrero, el régimen busca dotarse de una bomba atómica y, con ayuda de ingenieros norcoreanos, está intentando construir un reactor nuclear para producir plutonio y uranio enriquecido. Sus revelaciones, corroboradas por las filtraciones de la diplomacia estadounidense en Wikileaks, probarían las conexiones de la Junta con el régimen de Kim Jong-il, que exporta su tecnología militar y sus misiles a países como Birmania, Irán o Siria.
Entre los ruinosos edificios coloniales de Rangún emergen galerías comerciales para la elite y hoteles de lujo, con discotecas abarrotadas de jovencitas que se prostituyen por un puñado de dólares, para los hombres de negocios y turistas que trae la globalización. Y que se llevaría de un plumazo la guerra que amenaza a Birmania.
0 comentarios:
Publicar un comentario