Pasear por las calles de Rangún, la antigua capital de Birmania, es como hacerlo por una película mal hecha de los años 60. Los edificios aún tienen un sabor colonial decadente, los coches parecen joyas de coleccionista y los cafés se airean con viejos ventiladores. De vez en cuando, especialmente en las provincias, se encuentran pequeñas joyas, como grandes mecheros, que tienen el tamaño de una mesa y una dinamo para funcionar, o antiguos fonógrafos que aún funcionan. Pero como si nadie se hubiera preocupado por cuidar los detalles, en el paisaje aparecen de vez en cuando móviles, ordenadores portátiles o algún cacharro sofisticado que se han olvidado quitar del decorado.
Birmania ha estado controlada por un régimen militar desde el golpe de estado del general Ne Win en 1962. Se puso en marcha entonces la “Vía birmana al socialismo”, una ideología de corte comunista e inspiración budista que convirtió a la nación más rica del Sudeste asiático en una de las más pobres. Mientras las demás naciones de la región superaron, con mayor o menor éxito, las convulsas décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, Birmania ha permanecido cristalizada, a pesar de sus ricos recursos naturales. Su suelo es especialmente fértil (en los años 20 era el primer exportador mundial de arroz), tiene amplias reservas de gas, yacimientos de gemas y un fecundo mercado ilegal de drogas y madera.
Sin embargo, la población vive con una media de 1.400 dólares anuales, en el segundo país con menor renta per cápita de Asia (por detrás de Nepal) y uno de los útimos en la lista mundial. Por supuesto, ese dinero no se reparte de forma igualitaria. “Mira, este me costó solo 350.000 dolares”, me decía un empresario dedicado al intercambio comercial mostrándome un anillo con un gran diamante. Estaba acompañado por su mujer, vestida, al igual que él, con ricas ropas de seda decoradas con numerosas joyas. La pareja atraía las miradas de los birmanos que habían ido a rezar a la pagoda Shwedagon, la más importante del país. Probablemente porque, al mismo tiempo que ellos presumen de sus joyas, un tercio de la población vive bajo el umbral de la pobreza, (el 32,7 por ciento en 2007, antes del ciclón Nargis, por lo que es posible que el porcentaje sea ahora algo mayor).
Pero la estampa no perdurará mucho tiempo más. Myanmar, como se llama oficialmente el país dese 1989, ha iniciado un proceso de apertura que sumergirá al país en el sistema capitalista internacional tras años de aislamiento. Los periódicos internacionales han destacado sobre todo las reformas políticas que ha emprendido el gobierno, como la legalización de los sindicatos, los cambios en la ley de partidos para que la Liga Nacional para la Democracia de Suu Kyi se pueda registrar, o la liberación de prisioneros políticos.
Pero estas reformas no son más que el marco para dar pie a los cambios económicos que crearán otro de esos peculiares capitalismos asiáticos, donde la democracia representativa no es un elemento indispensable (como se había teorizado hasta hace poco) y a menudo es una simple fachada. Las primeras medidas ya se dejan notar. Los cambistas del mercado negro ahora tienen que pelear con los bancos oficiales, que hasta hace pocas semanas tenían prohibido vender o comprar moneda extranjera. Es más sencillo tener un teléfono móvil y la conexión a internet ya no tarda varios minutos en cargar una página. El gobierno ha comenzado además a colaborar con el Fondo Monetario Internacional y la primera ayuda al desarrollo está llegando. El principal objetivo es que se levanten las sanciones internacionales, que afectan a las inversiones, al comercio y a los fondos para el desarrollo, creando un régimen que sea aceptable para Occidente, aunque diste mucho de sus valores democráticos.
La reciente (y precipitada) visita de la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton, a principios de ciembre, ha confirmado que Estados Unidos también está deseoso por sacar tajada en el país asiático. Sin embargo, no será fácil que se levanten las sanciones, ya que están reguladas por una serie de leyes, aprobadas por el Congreso, y decretos presidenciales. Aunque esas leyes otorgan un papel importante al presidente para regular qué se prohíbe, es el Congreso quien tiene la última palabra para levantarlas de forma definitiva.
China, aseguran, podría ser la gran perjudicada con este movimiento de Birmania, ya que perdería su posición de socio económico indiscutible. El 70 por ciento de la inversión externa en Birmania durante los últimos dos años ha procedido de China y el país vecino tiene grandes proyectos de infraestructuras y numerosos intereses comerciales en el país. La cancelación de la presa Myitsone, donde había capital chino y cuya producción eléctrica iba destinada en su mayoría al país vecino, ha sido interpretado como un claro alejamiento de Birmania hacia China. “Hay una percepción generalizada de que China se ha aprovechado de la situación en Birmania durante las últimas décadas”, aseguraba el académico Thant Myint-U, autor de “Where China Meets India: Burma and the New Crossroads of Asia”, a la BBC. China ha recibido, sin embargo, con los brazos abiertos la visita de Clinton y ha pedido que se levanten las sanciones, lo que muestra que Pekín quiere una Birmania más dinámica y estable.
Lo cierto es que los expertos no se ponen de acuerdo sobre las razones que hay detrás de un cambio tan radical en la política birmana, más allá de la necesidad de apertura económica. Unos hablan de una perestroika birmana, otros, de un acuerdo con China para facilitar las transacciones internacionales y que Birmania se pueda convertir en ese puerto occidental que tanto ansia Pekín. También hay dudas sobre la perdurabilidad de los cambios o sobre el fin del conflicto con las minorías étnicas, aunque se han iniciado negociados y se han llegado a los primeros acuerdos.
Pero lo que está aún menos claro son las consecuencias que todo esto tendrá para el pueblo birmano. ¿En qué se va a convertir Birmania cuando el dinero de la ayuda internacional y de las inversiones entre en masa? ¿Se verán ahogados por la continua subida de precios? ¿Aumentarán las diferencias sociales como en otros países de la zona? Muchas preguntas sin respuesta para una apertura con demasiados misterios.
Texto y fotos de Laura Villadiego publicados en Miradas de internacional.
2 comentarios:
Habrá que hablar también de la guerra civil que todavía tiene lugar en varias zonas del país y de los presos políticos que siguen en la cárcel...
Va a haber que hablar de muchas cosas. Durante mucho tiempo, me temo. No me fío de los militares; como para fiarse. Pero sí parece (repito: PARECE) que algo está pasando.
Esto solo nos lo solucionará el tiempo.
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