23 de Septiembre de 2007. Estación de autobuses Aung Mingalar Highway Bus Station de Yangón, antigua capital de Myanmar, no recuerdo exacta la hora de llegada pero atrás quedan 7 horas de autobús desde Chaungtha Beach. Teniendo en cuenta que los autobuses suelen salir desde la playa sobre las 7 de la mañana y que son 6-7 horas de trayecto deberían ser sobre las 14,00h de la tarde. Tra, una chica suizo-vietnamita que nos acompaña sugiere que cojamos el autobús urbano hasta el centro de Yangón, que a pesar de los 40-50 minutos que tarda en llegar a su destino es cómodo y barato.
Dejamos a un lado a los taxistas que ven ahogadas sus ilusiones de ganar algún kyat y nos dirigimos a lo que parecen ser unas paradas de autobús básicas, o sea, unos asientos con un techado encima para evitar mojarte. El cielo anunciaba lluvia desde hacía horas y las primera gotas se empiezan a notar. Con la ayuda de Tra vamos de parada en parada preguntando desde cuál sale el nuestro y en algunas de ellas vemos militares con sus fusiles de asalto sentados y aguardando pacientemente... ¿su autobús? Me quedo mirando con un poco de curiosidad, sin pensar que en ningún momento aquello pudiera encararse hacia mí, y nos sentamos en la parada de al lado. Parece ser que estamos en la correcta. No tarda en llegar un moderno autobús con el volante a la izquierda, el primero que veía desde que pisé terreno birmano que tuviese el volante “donde toca”, y con la misma tranquilidad que en todo el viaje por Myanmar partimos hacia el centro de Yangón.
El viaje trascurre con total normalidad, ¿por qué no?, hasta que, llegando a la Sule Pagoda por Maha Bandoola Road, vemos que una turba de gente empieza a parar el tránsito. Tenemos la suerte (o desgracia) de que los coches de delante del autobús son llamados a que continúen su marcha pero a nuestro vehículo se le pide que se detenga. Una veintena de manos golpean los cristales del autobús para que el conductor pare el motor. ¿Aquí que pasa? -me pregunto- y se viven unos momentos de desconcierto. El corazón empieza a bombear un poco más rápido de lo habitual y me pongo a mirar y esperar acontecimientos. Una marea de monjes llega al lugar seguidos de miles de personas. La gente en el autobús (todo birmanos, 2 españoles y 1 suizo-vietnamita) guarda silencio. El conductor para el motor, nos quedamos en frente justo de la Sule Paya y de repente oigo: ¡Toni! ¡Haz fotos!. Con la cámara en la mano mientras oía esas palabras contesto que ya sé que tengo que hacer fotos, pero primero quiero comprobar como está la calle, quiero ver si hay militares. Me viene a la mente el momento de sacarme el visado: no hay que poner que eres fotógrafo, periodista, escritor... Aunque me parece lo más sencillo de falsificar (solo hay que poner en el formulario que tienes otra profesión) no sé qué puede ocurrir si te ven con una “cámara grande” en un momento así y en un país como éste. Finalmente, después de dar un vistazo por encima y de comprobar (a ojo) que presuntamente solo hay civiles y monjes empiezo a disparar.
Abro la ventana y saco el objetivo, llevo un 18-50mm, nada de teleobjetivos, y comienzo a sacar tomas generales para que se pueda ver la cantidad de gente congregada. No pienso, solo disparo. Desde mi posición arriba del autobús tengo una visión bastante aceptable, lo que me permite observar que la gente está parando frente a la Sule Paya. La lluvia, aunque no muy fuerte, no cesa, y los paraguas de la gente entorpecen algunas de las tomas.
Justo en frente de la entrada de la pagoda los monjes se detienen. Llevan banderas budistas e imágenes de Buda. Todos van ataviados con sus túnicas rojas que han cambiado a un color más oscuro por la lluvia. Algunos llevan chanclas, pero muchos caminan descalzos. El monje que parece llevar la organización de la manifestación alza un megáfono por el que empieza a dirigirse a todo el resto. La gente congregada guarda silencio mientras él articula sus palabras.
Después de unos segundos la población que acompaña a los monjes empieza a aplaudir y a gritar de forma desaforada motivada por esas palabras. El pueblo de Birmania se une a la causa de los monjes y su forma de expresarlo no deja la menor duda.
Es entonces cuando se inicia la verdadera manifestación. Los monjes unen sus manos en señal de oración y empiezan a caminar mientras realizan cánticos y oraciones. El tumulto de gente comienza a movilizarse y los gritos y aplausos se contagian de unos a otros. Me viene a la mente lo leído antes del viaje, las manifestaciones del 8-8-88 en Myanmar propiciada también por los monjes, y me doy cuenta que puede que estemos ante otro momento histórico para este país. Continúo haciendo fotos y es cuando veo una de las imágenes que mas se me han quedado grabadas en la retina: los monjes rezando con sus manos unidas en el pecho y el pueblo birmano “protegiéndolos” a ambos lados de la hilera con sus manos unidas.
El autobús se me queda pequeño. Al desconcierto inicial le sigue una subida de adrenalina y unas tremendas ganas de bajar a pie de calle, por lo que saco la tarjeta de memoria de la cámara y la escondo en la mochila de la persona que viene conmigo. Si me quitasen la cámara -pienso- al menos algunas fotos llegarán a salvo a casa. Le digo al conductor del autobús que nos deje salir y bajamos del autobús. Cambio el objetivo y le pongo el 50mm fijo, no quiero entretenerme con el zoom y prefiero moverme yo por él y buscar primeros planos. Nos dirigimos hacia los monjes para captar más y más fotos, la lluvia continua su curso y decidimos seguir a la manifestación.
Después de unas cuantas fotos más cruzamos la manifestación para tener otros ángulos desde donde disparar y nos quedamos entre el Yangon City Hall y los jardines del monumento a la Independencia. Más adelante, en la esquina frente a la iglesia católica Immanuel Baptista Church giro la vista a la derecha y veo la incontable cantidad de monjes que vienen todavía. Vuelvo a cambiar el objetivo y meto el angular.
Cuando la gente se da cuenta de que hay un extranjero con una cámara empiezan a hacer gestos hacia el objetivo. Parece que quieren que seamos testigos de lo que está ocurriendo. Saben que la mejor forma de exportar noticias al exterior es por medio de los extranjeros. En ningún momento siento miedo, los pensamientos de si hay militares ya no te vienen a la cabeza, y la energía de la gente con su pacífica lucha te hace sentirte como un vulgar testigo.
En determinados momentos la gente que va a ambos lados de la hilera de monjes se detiene, giran frente a los monjes y levanta sus manos -todavía enlazadas- mientras gritan y cantan consignas. Los monjes mientras siguen caminando, algunos con la cabeza agachada, otros con los brazos unidos al cuerpo y otros con las manos en posición de oración. El paso de uno de los monjes, junto con las banderas budistas, frente a la iglesia católica, dota de mayor contraste una de las escenas.
La secuencia se repite una y otra vez, miles de monjes, miles de personas, todas manifestándose de una forma cívica, pacífica y formal, sin más armas que sus rezos y con la única protección de las manos unidas del pueblo birmano. Después de unas cuantas fotografías más decidimos seguir nuestro camino y buscar alojamiento para esa noche. Una noche en la que la mayoría de establecimientos permanecerán cerrados, el paso de alguna que otra sirena interrumpirá su silencio y será la primera noche que Yangón empezará a dormir un poco menos tranquila.
El día siguiente debemos partir. El vuelo que nos devuelve a España sale por la mañana así que sin perder tiempo subimos a un taxi que nos lleva al aeropuerto. El día comienza con una densa niebla. Por el camino me doy cuenta que aquello va en serio; algunas de las arterias principales de la ciudad están cortadas con barreras de alambre de espino y camiones militares se amontonan junto a ellas. Vuelvo a ver militares con fusiles, me vuelvo a quedar mirando otra vez con curiosidad mientras algunos de ellos nos siguen con la mirada. La niebla continua dificultando la visión del conductor del taxi, que reduce un poco la velocidad. Me quedo con el brazo fuera mientras me da el aire en la cara y pienso: espero que al final no sea nada.
Llegamos al aeropuerto. El vuelo que nos debe sacar del país no aparece en pantalla. Los pocos extranjeros que debemos coger ese vuelo nos preguntamos que estará ocurriendo. Por unos momentos reina la incertidumbre. Haciendo caso al pensamiento menos neurótico comento que puede haber un retraso debido a la espesa niebla que hay en Yangón, mientras vemos a un grupo de turistas que acaba de llegar apenas una hora antes. Nuestras caras de preocupación contrastan con las de quien llega a un país para empezar sus vacaciones. Finalmente se nos comunica que el vuelo ha sido aplazado por la niebla. El avión se queda en pista hasta que mejore la visibilidad. Después de unas horas interminables logramos pasar el control de inmigración, nos cuñan el sello de salida, pasamos el control de rayos X y llegamos a zona internacional con la cámara y las tarjetas. Poco después cogeríamos el vuelo hasta Doha, y dos días después la Junta Militar de Birmania impondría el toque de queda en Yangón y Mandalay.
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