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Olvide la farsa electoral birmana

lunes, 15 de noviembre de 2010

Mientras que Occidente califica las recientes elecciones en Myanmar (antigua Birmania) de farsa anti-democrática -cosa que fueron, por supuesto-, está ignorando una crisis que tal vez esté fraguándose en las regiones fronterizas del país. Aunque una serie de acuerdos de alto el fuego ha mitigado las guerras civiles que han arrasado Birmania durante gran parte de sus 62 años de independencia, estos conflictos no se han resuelto nunca del todo. En agosto de 2009, las luchas en la región de Kokang, en el nordeste, obligaron a más de 30.000 refugiados a huir a China. Ahora, las tácticas agresivas del Gobierno están incrementando las tensiones en un peligroso juego de política étnica que puede acarrear luchas violentas.

La junta militar que controla este país del sureste asiático no ha tomado nunca en serio las exigencias políticas de sus grupos étnicos, y varios de ellos han empuñado las armas y han formado milicias que controlan extensas franjas de territorio. En abril de 2009, las autoridades dijeron a los grupos étnicos armados que tenían que transformar sus milicias en “fuerzas de guardia de fronteras y someterse al poder militar central. Estos, que consideran que sus armas son el único instrumento que les queda contra un Gobierno que no les da a cambio, se negaron.

Sin embargo, en las últimas semanas, la Junta ha indicado que tal vez esté planeando otra ofensiva para integrar a las minorías étnicas bajo el control central del Estado, lo cual ha elevado las tensiones a su nivel más alto desde la ofensiva de Kokang. Después de la explosión de una mina a mediados de octubre, el Gobierno calificó al Ejército de Independencia kachín (KIA), una organización amplia y bien organizada, de “insurgentes”. Muchos han interpretado que el hecho de que utilice ese término por primera vez desde la firma del alto el fuego con el grupo en 1994 es un preludio al uso de la fuerza. Las tensiones aumentaron todavía más cuando las tropas gubernamentales rodearon tres oficinas del KIA en octubre. Las milicias étnicas están reforzando su presencia en los Estados de Kachín y Shan, y seis de ellas han llegado a un acuerdo para unir sus fuerzas en caso de que la Junta lance otro ataque.

Aunque las elecciones podrían haber sido una oportunidad para restaurar la calma mediante una mayor participación política de los grupos étnicos -que representan aproximadamente un tercio de la población-, los últimos acontecimientos han frustrado esas esperanzas. Unos sectores considerables de las minorías wa, shan y karen han decidido no acudir a las urnas, porque creen que no van a cambiar en nada su situación. Y la comisión electoral ha quitado el voto a cientos de miles de miembros de esos grupos étnicos, al cancelar los comicios en varios distritos de los Estados de Kachín, Kayah, Kayin, Mon y Shan, incluidos cuatro distritos en el territorio controlado por los wa. En septiembre, la comisión prohibió tres de los cuatro partidos políticos afiliados con los kachín e impidió a una docena de sus dirigentes que se presentaran como candidatos independientes.

China es uno de los pocos países en condiciones de ayudar a resolver el largo pulso entre los grupos étnicos fronterizos y la Junta gobernante. Lo que se juega Pekín es mucho: las tensiones en los 2.192 kilómetros de frontera que comparte con Myanmar podrían trastocar la estabilidad de sus provincias correspondientes y el desarrollo económico regional, así como sus proyectos de infraestructuras energéticas en las zonas controladas por grupos étnicos, entre ellos varias centrales hidroeléctricas y los grandes oleoductos y gaseoductos que está construyendo para reducir su dependencia del transporte marítimo a través del Estrecho de Malaca.

Empujado por estas preocupaciones, el gigante asiático ha empezado a actuar. Tras el conflicto de Kokang y la crisis de los refugiados, Pekín intensificó el diálogo con los grupos étnicos de la frontera y ha emprendido maniobras privadas para intentar que el Gobierno no emplee la fuerza y que grupos como los wa negocien pese a su resistencia. Algunos estrategas políticos chinos han llegado a sugerir una autonomía limitada para estos grupos en una unión genuina similar a la de las regiones administrativas especiales de Hong Kong y Macao en China. Falta mucho para lograr una solución política, pero Pekín, en el pasado, ha ayudado a prevenir conflictos en las regiones fronterizas, y puede conseguirlo de nuevo.

En cambio, China está menos pendiente de la situación en Kachín, el Estado más septentrional de Myanmar, en el que las tensiones subieron antes de las elecciones. Algunos analistas opinan que Pekín está más dispuesto a actuar cuando está en juego el destino de grupos con los que tiene fuertes vínculos étnicos y culturales. Por ejemplo, los kokang son de etnia china, igual que la mayoría de los dirigentes wa. El conflicto desatado el año pasado en Kokang despertó el sentimiento nacionalista chino, y varias voces llegaron a exigir a Pekín que invadiera la región para proteger a la población de etnia china en Birmania. Esa afinidad no existe en el caso de los kachín, que son mayoritariamente cristianos y proestadounidenses, y no comparten las credenciales étnicas ni comunistas del gigante asiático. Este grupo se queja con amargura de las actividades de extracción de recursos que llevan a cabo las empresas chinas por su falta de transparencia, el reparto desigual de los beneficios de la riqueza obtenida, los daños ambientales y el desplazamiento forzoso de comunidades enteras; ese resentimiento quedó claro en el atentado cometido en abril contra un proyecto chino de central hidroeléctrica en el Estado de Kachín, que la Junta atribuyó a activistas de dicha minoría.

China, que está atenta al panorama político y económico de su vecino suroccidental tras los comicios, necesita presionar al régimen de Myanmar para que abandone su política suicida y no emprenda agresiones contra los grupos étnicos. Tampoco pueden desentenderse India ni otros muchos países del sureste asiático que, hasta ahora, no han pedido responsabilidades al régimen. Y Occidente, en vez de centrarse sólo en las elecciones, debería dedicar sus energías a vigilar la marginación de las minorías étnicas, que es, con mucho, el obstáculo más grave a largo plazo para el desarrollo político pacífico de Birmania.

Artículo de Stephanie Kleine-Ahlbrandt sobre los conflictos internos en Birmania que se están siendo ensombrecidos por la liberación hace unos días de aung San Suu Kyi tomado de Crónicas desde la frontera.

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